Nueva York

Nueva York

James, Henry

Editorial Sexto Piso
Fecha de edición diciembre 2010

Idioma español
Traducción de Barba, Teresa
Prologuista Tóibín, Colm

EAN 9788496867710
695 páginas
Libro Dimensiones 15 mm x 23 mm


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P.V.P.  28,00 €

Sin ejemplares (se puede encargar)

Resumen del libro

Nueva York ejerció un fuerte influjo sobre Henry James, que siempre permaneció ligado a esa ciudad donde nació y pasó parte de su infancia . El peso de ésta se siente en las páginas de muchos de sus textos, de ahí que Colm Tóibín eligiera Nueva York como una ventana desde la que asomarse a la obra de James. La selección resultante, que incluye varias obras nunca antes traducidas al español, como Historia de una obra maestra, Impresiones de una prima o La coherencia de Crawford, es una manera de aproximarse o releer a Henry James al mismo tiempo que se aborda la urbe universal desde un punto de vista literario y enormemente poético. Para Tóibín, estos escritos revelan, más allá del encanto profesado por esa ciudad, cierta ira, una ira que no se parece a ninguna otra en James, la que le provocaba todo lo que había perdido y todo lo que, en nombre del progreso, se había hecho en aquella ciudad que conocía tan bien. No se trata de la ira comprensible que podría sentirse ante la destrucción de algo bello y familiar, sino de algo más extraño y complejo, y por eso merece una gran atención .
Dentro de las nueve obras que conforman el libro se encuentra una de las novelas más aclamadas por la crítica: Washington Square. Esta antología cuenta también con cinco piezas inéditas, y es una estupenda ocasión para leer tanto su obra más celebrada, como otros textos de no menos calidad, en una traducción renovada. Hacen parte de esta antología las siguientes obras de Henry James: Historia de una obra maestra (inédita), Un caso de lo más extraordinario (inédita), La coherencia de Crawford (inédita), Un episodio internacional, Washington Square, Impresiones de una prima (inédita), El alegre rincón, La vieja Cornelia (inédita), y Una ronda de visitas. La edición se acompaña además de una nota editorial y del prólogo de Colm Tóibín, El Nueva York de Henry James.
Nunca como en estos textos se adivina lo que no se adivina casi nunca en uno de los padres indiscutibles de la novela moderna: qué atemorizaba de verdad su corazón. Andrés Barba
La rabia de Henry James en Nueva York es la rabia de un amante despreciado, de alguien que ha perdido algo suave y hermoso. De ahí también el tono único que consigue esta original antología. The New York Times
La idea de que la última novela de Henry James ha sido publicada ahora por primera vez desde 1911 es francamente increíble. The Spectator PRÓLOGO. EL NUEVA YORK DE HENRY JAMES
Henry James lo dejó claro desde el comienzo de su carrera literaria: no sería un novelista popular ni un comentarista de costumbres, sino que trabajaría desde el otro lado del espejo; hablaría de los entresijos y la vaguedad de las relaciones de los hombres, y especialmente de las que se establecían entre los hombres y las mujeres, ése sería su tema. La duplicidad y la avaricia, el desencanto y la renuncia, temas que luego se convertirían en algunos de los centrales de su obra, fueron vividos también por el novelista James en su esfera privada.
Fue precisamente su talento el que hizo que aquella esfera se convirtiera a la vez en algo más amplio y dramático que ningún otro espacio sujeto a las leyes de gobierno o negocio alguno.
El propio James tenía también un carácter complejo, ambiguo y con tendencia al secretismo, y hay muchos aspectos de su vida que están aún por resolver. Su personalidad, al igual que la prosa de su última época, pertenece al terreno de esas cosas que no pueden ser descritas con facilidad, en las que los matices son más importantes que los hechos y el temblor vacilante de la conciencia es más interesante que el mismo conocimiento.
James fue, por encima de todo, muy cauto. Fue el artista supremo en todo cuanto concierne a la estructura y el tono de la ficción, se especializó en un deliberado y consciente ejercicio de control y en ningún momento pretendió mostrar su alma al lector.
Aun así es posible leer entre líneas las obras de James buscando pistas y tratando de desentrañar los momentos en los que el autor está más cerca de desenmascararse a sí mismo.
Algunos de sus relatos, escritos con apresuramiento y por razones económicas, nos ofrecen tal vez más de lo que pretendían.
Es ahí, más que en las novelas, donde el autor está más cerca de abrir un resquicio, por ejemplo, en la tremenda armadura de su sexualidad o donde nos permite echar un vistazo a sus más profundas y oscuras preocupaciones. Entre esos cuentos podrían incluirse El alumno, El autor de Beltraffio y La bestia en la jungla. Los relatos son cuidadosos y reservados, pero de ellos se colige que el tema del amor ilícito o el de la lealtad malentendida le interesaban profundamente, al igual que el de la frigidez.
De ese modo es posible rastrear en James, a veces involuntariamente, otras de forma inconsciente y otras mediante su obvio deseo de enmascararlos, los temas que más le inquietaban
y sus esfuerzos por explorarlos. Sería posible, por ejemplo, rastrear entre su copiosa obra todas las referencias a Irlanda o Inglaterra, o a su hermano William, o a la novelista George Eliot y encontrar allí ciertas zonas de ambigüedad e incertidumbre, así como extrañas contradicciones que subrayan el hecho de que aquellos asuntos le interesaban profundamente, tanto al menos como para aparecer en numerosos estratos y bajo distintos disfraces.
Tal vez de entre todos esos territorios de la esfera de su atención el que está más en sombra y cuya topografía parece menos resuelta es el de la ciudad de Nueva York. Los escritos de James sobre Nueva York revelan, por encima de todo, cierta ira, una ira que no se parece a ninguna otra en James, la que le provocaba todo lo que había perdido y todo lo que, en nombre del progreso, se había hecho en aquella ciudad que conocía tan bien. No se trata de la ira comprensible que podría sentirse ante la destrucción de algo bello y familiar, sino de algo más extraño y complejo, y por eso merece una gran atención.
Hay una elocuente intensidad de tono en las memorias que Henry James escribe sobre sus primeros catorce años de vida en Un chico y otras personas, publicada en 1911, cuando el autor tiene 68 años de edad, un año después de la muerte de su hermano William. La mayor parte de los recuerdos y las escenas allí descritas tuvieron lugar en Nueva York entre 1848, año en el que la familia James se trasladó a Nueva York, y 1855, cuando partieron hacia Europa. Si consideramos que no tenía ni notas ni cartas que le ayudaran a trabajar resulta impresionante la claridad, el detalle y la frescura de sus recuerdos, la cantidad de nombres que era capaz de recordar (que incluye hasta los de sus profesores o algunos actores), la precisión con la que era capaz de evocar ciertos lugares y ambientes, ciertos olores, imágenes, ubicaciones y hasta títulos de obras de teatro que en aquel momento se estaban representando en Nueva York. No he olvidado nada de lo que vi escribió y ese pensamiento hace que no pueda separar los objetos y distinguirlos unos de otros, es como si sintiera que se abalanzan sobre mí, igual que un enjambre .
Aquel viejo Nueva York, tal y como lo contempló entre los cinco y los doce años de edad, permaneció para siempre intacto en su memoria, como una imagen congelada, perfecta.
No contempló su transformación ni participó en su crecimiento pero era el lugar en el que había crecido y nunca hubo otro que fuera tan determinante para él. No volvió a encontrar su sitio hasta que no firmó el contrato de arrendamiento de Lamb House, en Rye, Inglaterra. El hecho de que Nueva York le hubiese sido arrebatado y el paso por innumerables habitaciones de hotel y residencias provisionales explica el auténtico entusiasmo con el que luchó por aquella Lamb House y su sensación de alivio cuando consiguió hacerla suya. De hecho, el año antes de firmar su contrato había escrito su novela Los despojos de Poynton, un drama sobre el dilema de poseer, y luego perder, una casa muy querida. Tras la firma del contrato escribió Otra vuelta de tuerca sobre una solitaria mujer que trata de hacer un hogar de una casa que ya ha sido poseída.
La ciudad de Nueva York, después de 1855, estaba perdida para él y no sólo, como comprendió años más tarde, porque su padre decidiera trasladar a toda la familia, sino porque la transformación que había experimentado la ciudad había sido absoluta y sobrecogedora. En aquel espacio de sus sueños se estaba construyendo ahora un nuevo mundo. De entre todos los lugares el más sagrado de todos era el número 58 de la Calle 14 Oeste, visité junto a mi padre la casa allí situada una de aquellas tardes, ya era vieja por aquel entonces y estaba situada en la parte sur, cerca de la Sexta Avenida. Se trataba de nuestra casa, la acabábamos de comprar ese lugar se convertiría para mí, incluso muchos años después, en una especie de fondeadero espiritual .
Para Henry James Nueva York era la ciudad de su infancia, aquel Nueva York pequeño, oscuro y homogéneo de mediados de siglo estaba situado entre la Quinta y la Sexta Avenida, cerca de Washington Square, donde vivía su abuela materna y al nordeste de Union Square que, en aquellos días, estaba rodeado por una alta barandilla. Cerca de ellos vivían también otros miembros de la numerosa familia James, como Helen, la prima de su madre. La veo en toda su rotunda sencillez escribió aquella que pertenecía a un mundo más antiguo y tranquilo, a un Nueva York de mejores costumbres, mejores modales y creencias más sencillas . James comprendió que su bondad testimoniaba de alguna forma la actitud de una sociedad al completo, las bondadosas costumbres de un colectivo . Ésa fue la razón por la que su libro se convirtió en una elegía no sólo de su infancia perdida sino de un conjunto de valores que comenzaron a desvanecerse tan pronto como aquel pueblo que conoció James fue sustituido por una gran ciudad.
El carácter escribió acerca de los cambios que había sufrido su ciudad , eso es lo que se ha perdido .
A medida que James fue haciéndose mayor se le fue dando mayor libertad de movimientos. Recordaba con toda intensidad la casa de la Calle 14 los chopos, los cerdos, las gallinas, las dos o tres Casas Irlandesas , que pertenecían a un holandés muy refinado; recordaba estar sentado allí, tan lejos, como si estuviera en un jardín o en un bosque la amplitud de aquel territorio todavía vacío, en aquel lugar, en aquella tranquilidad en la que se esparcían las casas hasta desaparecer en la distancia, con esa manera tan peculiar y con ese estilo tan torpe de Nueva York.
Él y su hermano recorrían arriba y abajo Broadway como dos perfectos hombrecitos de mundo, debían de habernos dejado para que nos perdiésemos un poco, estiráramos las piernas y llenáramos los pulmones. No coartaban nuestra libertad para ir donde deseáramos Broadway debía de ser entonces una de las calles del Paraíso .
En aquella ciudad, que era una mezcla entre Paraíso recobrado y estilo torpe, James situó ocho de sus relatos y una novela. También le dedicó un espacio considerable en su libro La escena americana, publicado siete años después de su autobiografía.
En sus obras de ficción no trató de exponer ni la historia de la ciudad ni los sentimientos que le provocaba su crecimiento, y si alguna vez lo hizo fue sólo de pasada. En primer término estaban siempre sus personajes, cuyas necesidades le parecieron siempre mucho más reales y apremiantes que el cemento y los ladrillos.
A medida que fue desarrollando sus capacidades como escritor y sus objetivos comenzaron a ser más ambiciosos, Henry James comprendió también la pobreza consustancial a la experiencia americana. Es célebre la lista de cosas de las que carecía América que incluyó en su libro sobre Hawthorne, publicado en 1879: No había ni soberano, ni corte, ni lealtad, ni aristocracia, ni iglesia, ni clero, ni ejército, ni servicio diplomático, ni caballeros, ni palacios, ni castillos, ni señoríos, ni viejas mansiones, ni parroquias, ni casas de campo, ni ruinas cubiertas por la hiedra, ni catedrales, ni abadías, ni pequeñas iglesias normandas, ni grandes universidades, ni escuelas públicas ni un Oxford, ni un Eaton, ni un Harrow, ni literatura, ni novelas, ni museos, ni cuadros, ni clase política, ni clase deportista.
Ocho años antes, sin embargo, en una carta dirigida a Charles Norton Eliot, había escrito: Es un complejo destino éste de ser americano, y una de las responsabilidades que implica
es la de luchar contra una especie de supersticiosa sobrevaloración de Europa .
En aquel momento trabajaba en el intersticio entre una América como tierra baldía y sin tradición, y una América como oportunidad de oro para un novelista que, como él, se interesaba por la complejidad. En su primer relato neoyorquino, Historia de una obra maestra, publicado en 1868 en la revista Galaxy, cuando James tenía veinticinco años, su héroe era un hombre de gusto refinado y la ciudad un lugar en el que aquel hombre podía relacionarse con artistas, uno de los cuales acabaría pintando el mejor retrato que se había hecho en América . En algunos de aquellos relatos comenzó también a exponer a las mujeres como sujetos no muy de fiar y a definir el amor como pérdida del equilibrio vital. En esa historia en particular el pintor trata de capturar la verdadera naturaleza de Marian Everett y es precisamente ésa la causa que provoca que John Lennox, su prometido, acabe destrozando el cuadro.
El relato fue elogiado por The Nation: entre los estrechos límites en los que Mr. James se confina a sí mismo, es sin duda el mejor escritor de relatos cortos de América . Por aquel entonces James sólo había escrito seis relatos.
Los más importantes habían sido Relato de un año y ¡Pobre Richard!; ambos estaban enmarcados en los años posteriores a la Guerra Civil y versaban sobre las relaciones entre los hombres que habían luchado en la guerra y las mujeres que se habían quedado en casa esperándoles. El noveno relato de James, Un caso de lo más extraordinario, publicado en The Atlantic Monthly en abril de 1868, abordaba el mismo tema.
La historia comienza en una de las habitaciones más altas de uno de los hoteles más grandes de Nueva York . Mason, cuyas heridas de guerra, aunque graves, nunca llegamos a conocer, vive en una de aquellas espantosas y pequeñas habitaciones . Se trata de uno de esos relatos de James en los que el protagonista debe abandonar la ciudad porque es demasiado inhumana, o demasiado perjudicial para su salud, o simplemente demasiado calurosa. A James le resulta imposible imaginar que nadie pueda recuperarse en la ciudad que ha perdido, de modo que traslada a su protagonista a una mansión del río Hudson. Sobre miss Hofmann, la sobrina de su anfitriona, alguien dice en cierto momento que parece salida de una novela americana, aunque no sé si eso es decir demasiado a lo que Mason responde: tenga la amabilidad entonces de meterla en otra novela . La heroína en cuestión es reseñable porque le inspira a James una de las frases menos americanas de su carrera literaria hasta ese momento: Por aquel entonces tenía veintiséis años y su belleza estaba en pleno esplendor, al igual que su cuenta bancaria .
A medida que James se iba desarrollando como novelista se iba también volviendo cada vez más esplendoroso en la elaboración de sus escenas de reconocimiento: aquellas que se producen entre dos personajes a los que podemos ver pero que se mantienen a distancia y cuya relación comprendemos por sus gestos, sus movimientos y sus silencios. Ése es el tema central de El retrato de una dama y también de Los embajadores. En Un caso de lo más extraordinario, escrito cuando tenía sólo veinticinco años aborda ese tema por vez primera. Mason, quien se encuentra ahora recuperándose gracias a la ayuda de un talentoso y joven doctor, descubre, al entrar en la habitación en la que miss Hofmann está frente al piano que había un caballero apoyado en el instrumento dando la espalda hacia la ventana e impidiéndole ver el rostro de la joven Era un silencio antinatural, desagradable al menos . Finalmente será el doctor quien se gane los favores de miss Hofmann. Más tarde, casi al final de la historia, Mason descubrirá una mirada de inteligente complicidad entre los dos y el conocimiento de su profunda unión provocará inmediatamente su declive personal.
En este relato, al igual que en Relato de un año, el tema de los agravios y la enfermedad interesa enormemente a James.
Volverá a aparecer en otros textos, tal es el caso de Ralph Touchett en El retrato de una dama y de Milliy Theale en Las alas de la paloma. A pesar de que las heridas de Mason han sido producidas por la Guerra Civil y recuerdan en cierta medida a las de Oliver Wendell, su recuperación depende tan sólo de su felicidad y su decadencia la provoca un amor no correspondido.
En las primeras obras de James era posible morir de amor. Un caso de lo más extraordinario consiguió la aprobación de quien fue el crítico más duro de toda su carrera, su hermano William.
Tu estilo es cada vez más sencillo, más rotundo le escribió y más conciso a medida que vas aprendiendo tu oficio de la escritura la superficie de la historia es brillante y viva .
La coherencia de Crawford, el siguiente de los relatos que escribió James, fue publicado en Scribner's Monthly en agosto de 1876, pocos meses antes de que se trasladara de París a Londres. Por aquel relato y por El alquiler fantasma recibió la suma de trescientos dólares. Acabo de enviar dos relatos breves a Scribner escribió a su padre en abril de 1876 desde su
dirección de la Rue Luxembourg que podrás leer cuando se publiquen y juzgar conforme a sus pretensiones, que no son muy grandes . James no volvió a incluir aquel relato en ningún libro mientras vivió. En esta historia, al igual que en sus memorias, utiliza un tono elegíaco y deja claro que transcurre en 1840. Cuando Crawford y el narrador dan un paseo el narrador
recuerda que en aquellos días los neoyorquinos podían caminar hasta el campo .
En aquellos días narraba la historia de Crawford, un hombre de gran fortuna que estaba a punto de casarse con la hermosa, pero pobre, miss Ingram, quien siempre había provocado en el narrador una especie de vaga desconfianza . Miss Ingram finalmente le rechaza y poco después enferma de viruela, lo que permite a James hacer una de sus descripciones más
desagradables: Varios meses después vi a la joven oculta tras un velo tras el que pude distinguir vagamente un rostro totalmente arruinado. Junto a ella, a un lado y a otro, caminaban sus padres con unos gestos no menos desoladores .
Crawford, por su parte, cae en las redes de un matrimonio inapropiado y tras perder su fortuna se convierte en víctima de su esposa, quien le tira escaleras abajo y provoca que se rompa una pierna. El narrador cree que ya no volverá con ella pero, al igual que Elizabeth Archer en El retrato de una dama (cuya redacción James empezará sólo unos años después de La coherencia de Crawford), regresa con su esposa renunciando así a su libertad.
Un episodio internacional es un texto que podría acompañar a Daisy Miller y que fue publicado por primera vez en The Cornhill Magazine entre diciembre de 1878 y enero de 1879. Dos jóvenes ingleses, uno de ellos futuro heredero de un título y una gran fortuna, viajan a Nueva York y desembarcan en mitad del más tremendo calor veraniego. Son una suerte de personajes huecos, casi estúpidos a ratos, a los que sólo les preocupa dónde alojarse y contemplar la novedad y la extrañeza de aquel nuevo mundo. El caluroso verano permite que James reproduzca la misma situación que ya había desarrollado en Un caso de lo más extraordinario donde la ciudad se convierte en el espacio en el que comienza la historia, pero no en el que se desarrolla. Su contacto en Nueva York, un tal J.L. Westgate, es de hecho uno de los pocos personajes de James que tiene un trabajo que le mantiene atado durante todo el día a una oficina. La mujer y la cuñada de Westgate se encuentran en Newport y el lector casi puede sentir la ansiedad del autor por trasladar a sus personajes desde aquella siniestra nube de mosquitos en medio de esa ciudad invivible hasta Newport, lejos del mundo de J.L. Westgate y sus lucrativas actividades financieras, al mundo del ocio y de las mujeres americanas, encabezadas aquí por la cuñada de Westgate, miss Alden. Las mujeres son atrevidas, inteligentes, seductoras, curiosas y opinan sobre todo, tal vez demasiado listas para enamorarse de un joven lord inglés acostumbrado a damas de miras mucho más estrechas.
Miss Alden es un contrapunto de Daisy Miller. Es demasiado inteligente como para que nadie le arruine la vida y si rompe las reglas lo hace más por una falta de respeto hacia ellas que por debilidad. En este relato los ingleses son retratados como gente snob, no muy inteligente y mal educada, como una raza en la que todo se ha echado a perder. Los americanos son democráticos y hospitalarios. Cuando se publicó la historia fue violentamente criticada por Mrs. F.H. Hill, esposa del editor del Daily News, a quien James conoció en Londres más adelante.
Mrs. Hill escribe Leon Edel acusó a James de caricaturizar a la aristocracia inglesa y de poner en sus labios un tipo de lenguaje que jamás utilizaría. En aquella ocasión, dado que conocía a la dama, Henry James contestó con una carta magistral en la que defendía su trabajo y su arte. Fue el único caso en toda su vida en la que el autor dio la réplica a un crítico .
Un hombre que se encuentra en mi posición escribe James a Mrs. Hill y que escribe el tipo de cosas que yo escribo a veces siente la necesidad de protestar ante algo que con frecuencia se permiten muchos lectores: la generalización de una de sus ideas. Uno puede crear muchos personajes sin tratar de generalizar y he de confesarle que siento terror por las generalizaciones .
¡Basta que escriba un relato sobre un par de damas inglesas que tienen un comportamiento reprochable cela c'est vu para que se me acuse de haber hecho una crítica de las costumbres inglesas! Nada de lo que escribo es mi última palabra sobre el asunto soy quizá demasiado sutil y demasiado analítico y, si Dios me ayuda, viviré aún muchos años para hacer representaciones de todo tipo de caracteres.
Se necesitaría a alguien mucho más inteligente que yo para descifrar de entre las cosas que digo cuál es mi última impresión sobre un tema. ¡En este sentido va en mi contra, por supuesto, ser americano! Trollope, Thackeray, Dickens, con todo su talento, fueron libres de describir a muchos personajes ingleses de un modo desagradable y lo hicieron en infinidad de ocasiones, pero si yo me atrevo a hacerlo en una sola ocasión parece que se me va a hacer un juicio penal y comienzan a correr rumores siniestros sobre lo que pienso de la sociedad inglesa. Pienso, desde luego, muchas más cosas de las que es posible exponer en cuarenta páginas de The Cornhill Magazine.
Tal vez algún día disponga de más páginas y pueda escribir algunas de ellas; en ese caso, incluiré tal vez algunas de otra especie. Mientras tanto haré también algunos retratos de americanos desagradables, como ya he hecho en alguna ocasión sin que los cordiales británicos vieran en ello ningún peligro.
Será un sano ejercicio.
El cuatro de enero de 1879 escribe sobre el mismo asunto a su amiga Grace Norton, de Boston: Tal vez te interese saber que he tenido noticia de que con mi Episodio internacional he ofendido a algunos de mis conocidos de aquí. ¿No te maravilla el asunto? Mientras uno les sirva personajes americanos para su entretenimiento todo va bien pero cuidado con tocar a los sagrados nativos. ¡Son aún, eso creo, más mentecatos que nosotros!
. Dos semanas después le escribía a su madre: Yo pensaba que había sido delicado, pero creo que de ahora en adelante me mantendré alejado de ese terreno pantanoso .
Durante aquel año, poco tiempo después, cuando publicó su libro sobre Hawthorne, James descubrió que los americanos también podían ser igual de mentecatos. Fue atacado por críticos de Boston y de Nueva York ( los balidos de las ovejas campestres les llamaba) y entre ellos se incluía su propio amigo William Dean Howells, cuyo tono era más suave, sin dejar de ser rotundo. Howells escribió en su crítica: Es posible adivinar, sin necesidad de grandes dotes proféticas, que en poco tiempo James estará preparado para perpetrar alta traición . Y sobre la acusación de que Hawthorne era provinciano escribió: Si no es provinciano para un inglés ser inglés, ni para un francés ser francés, tampoco lo es para un americano ser americano, y si Hawthorne era exquisitamente provinciano tenía sin duda más posibilidades de convertirse en universal que ningún parisino o londinense de su época .
Le envió su crítica a James.
James se mantuvo firme. Ésta fue su respuesta: Creo que es extremadamente provinciano para un ruso ser demasiado ruso y para un portugués ser demasiado portugués por la sencilla razón de que hay ciertas tipologías nacionales que son intrínsecamente provincianas. Simpatizo aún menos con tu protesta contra la idea de que haga falta una vieja civilización para que nazca de ella un novelista la proposición me parece tan obvia que es casi un cliché.
En esa misma carta James habla de una novela por entregas que está a punto de comenzar a publicar en The Cornhill Magazine, una pobre novelita en tres entregas un relato puramente americano en cuya redacción me ha venido el deseo de utilizar toda la parafernalia .
La parafernalia en cuestión era, James lo describe en esa misma carta, las costumbres, los disfraces, usos, hábitos y objetos que cualquier novelista ha madurado y vivido durante su experiencia la verdadera materia de la que nace el trabajo . La pobre novelita era Washington Square. A pesar de su excesiva modestia (su costumbre era referirse a su trabajo quitándole siempre importancia) parece claro también que subestimaba su libro. Es, sin duda, su mejor novela corta y también una de sus mejores obras. Fue el primero de sus libros publicado por entregas simultáneamente a ambos lados del Atlántico, lo que le dejó una gran libertad para dedicarse de lleno a El retrato de una dama, su siguiente proyecto.
Washington Square narra la historia del doctor Sloper y su única hija Catherine, a quien considera poco inteligente.
Cuando Catherine se enamora de un caballero sin un céntimo su padre decide, con una determinación que puede parecer fría y despiadada, que su hija jamás se case con el intruso. El retrato que hace James de esa hija vulnerable, sensible y poco enérgica es uno de los más poderosos y convincentes de toda su carrera. El valor de Washington Square reside también en la ausencia de parafernalia , cosa que obliga a James a intensificar el papel de la psicología para retratar a un padre y una hija con detalle y precisión en una sociedad que dado que llevaba ya muchos años residiendo en Londres ya no conocía tan bien. Recordaba a la perfección el interior de las casas en las que había vivido cuando era un niño, podía hablar de aquellas habitaciones que le resultaban tan familiares, pero no había estado en aquel mundo lo suficiente como para conocer su verdadero carácter.
Enmarcó los sucesos de la novela en el Washington Square de los años de su infancia en los que aún vivía en la ciudad con su familia y convirtió la vieja casa de su abuela en la casa del doctor Sloper de la misma forma que un año después convertiría la casa de su otra abuela en la casa de Elizabeth Archer en Albany. La historia en la que se basó la novela le fue narrada por Fanny Kemble cuyo hermano había dejado plantada a una rica heredera cuando se enteró de que su padre tenía intención de desheredarla. James trasladó la historia a su territorio, a un lugar que ya sólo existía en su imaginación, el viejo Nueva York cuyo paisaje no había vuelto a ver desde que lo abandonó. En el segundo capítulo del libro insertó un pasaje sobre Washington Square y sus alrededores que llama la atención del lector por su torpeza, una torpeza casi increíble en alguien que, como él, estaba a punto de escribir El retrato de una dama.
Desconozco la razón escribía allí sobre la zona en la que se encontraba la plaza de si se debe o no a la ternura que producen los primeros recuerdos, pero aquella zona de Nueva York le parecía a muchas personas la más agradable. Tiene una especie de reposo definitivo que no ocurre con frecuencia en las otras partes de la amplia y estridente ciudad; tiene un aspecto de madurez, riqueza y honorabilidad mayor que el que se encuentra en las ramificaciones superiores de la gran diagonal, es el aspecto que ofrecen los lugares que han tenido historia social.

Biografía del autor

x{0026}lt;p Henry James (Nueva York, 1843 - Londres, 1916) x{0026}lt;/p x{0026}lt;p Nació en una familia acomodada norteamericana, relacionada con artistas y escritores, y ya de muy joven viajó por Europa. Empezó a estudiar Derecho, pero prefirió orientar su carrera hacia la literatura y colaboró asiduamente en la prensa. Es uno de los escritores más importantes y reconocidos de la literatura estadounidense y un gran exponente de la narrativa transatlántica. Trazó relaciones con los grandes escritores de su época, como Edith Wharton, Robert Louis Stevenson, Gustave Flaubert, Iván Turguénev... Supo describir la complejidad de la alta sociedad neoyorquina en su época dorada, con mucha profundidad y un fuerte análisis psicológico de sus protagonistas.x{0026}lt;/p x{0026}lt;p x{0026}lt;br x{0026}lt;/p





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