Editorial Fundación Banco Santander
Fecha de edición diciembre 2023 · Edición nº 1
Idioma español
EAN 9788417264437
424 páginas
Libro
encuadernado en tapa blanda
Dimensiones 160 mm x 228 mm
José María Pereda es uno de los grandes novelistas españoles de la segunda mitad del siglo XIX. Manuel Marañón fue no solo su amigo más querido , sino también su alter ego según nos dice en una carta del 5 de febrero de 1895. Este intenso epistolario, que se daba por perdido, se compone de más de 260 cartas que Pereda escribió a Marañón que fueron conservadas por la familia del destinatario en el archivo de la Fundación Cigarral de Menores de Toledo. Recorre toda la trayectoria novelística del escritor cántabro, desde su primera novela hasta su ingreso en la Real Academia Española. Son numerosos los asuntos, personales y literarios, que aparecen en las cartas, pero es apasionante, sobre todo, entender a través de ellas el oficio de escritor en ese tiempo y observar el proceso literario de principio a fin: desde la primera idea o argumento narrativo a los últimos detalles técnicos y pormenores materiales de la edición, incluyendo labores de difusión entre el público lector y la crítica literaria del momento. Jaime Olmedo, licenciado en Filología Hispánica con premio extraordinario por la Universidad Complutense y doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Bolonia, es profesor de Literatura Española en la Facultad de Filología de la Universidad Complutense y académico de la RAH, entre otras instituciones.
José María de Pereda (Polanco, 1833-Santander, 1906) pasó la mayor parte de su vida en Cantabria, espacio al que se vincula profundamente su obra literaria. Estudiante irregular, en 1852 se trasladó a Madrid para intentar el ingreso en Artillería, pero se sintió más atraído por la animada vida de la capital. Regresó a Santander en 1855 y empezó a colaborar en la prensa local y a escribir, sin demasiado éxito, obras teatrales. Su trayectoria se inicia con Escenas montañesas (1864), que le abrió las puertas de los periódicos madrileños y el contacto con escritores a nivel nacional. A principios del decenio de 1870 fue diputado carlista en Cortes, aunque acabaría regresando una vez más a Santander, donde sostuvo desde entonces una actividad literaria reconocida (El sabor de la tierruca, 1882; Sotileza, 1885, entre otras novelas suyas), con una reputación que se situó solo por debajo de las de Valera o Galdós. El suicidio de uno de sus hijos en 1893 lo marcó profundamente: tras completar con gran dificultad Peñas arriba (1895), escribió muy poco más. Fue miembro de la Real Academia Española desde 1896.
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