Historia de todas las cosas

Historia de todas las cosas

Aguilera Garramuño, Marco Tulio

Editorial Trama Editorial, S.L.
Lugar de edición Madrid
Fecha de edición agosto 2011

Idioma español

EAN 9788492755516
520 páginas
Libro Dimensiones 165 mm x 220 mm


valoración
(0 comentarios)



P.V.P.  24,00 €

Sin ejemplares (se puede encargar)

Resumen del libro

Bogotá, 1949) publicó su primera novela en Buenos Aires cuando tenía 24 años. La obra Breve historia de todas las cosas fue presentada con gran estruendo publicitario por Ediciones La Flor, diciendo que era mejor que Cien años de soledad y que Marco Tulio era un escritor mejor que García Márquez pero sin bigote. La crítica se ensañó con el novato. Mediando el año 2002 Marco Tulio ha publicado más de veinte libros, ha recibido decenas de premios literarios, entre nacionales e internacionales; ha sido aclamado por críticos y lectores de muchos países. Entre sus títulos memorables están Cuentos para después de hacer el amor, Mujeres amadas y Los placeres perdidos. A principios del 2002 aparecieron en México las novelas La hermosa vida y La pequeña maestra de violín, pertenecientes a la tetralogía El libro de la vida, cuyo primer volumen, ya publicado, se llama Buenabestia / Las noches de Ventura.

Marco Tulio Aguilera es investigador de la Dirección Editorial de la Universidad Veracruzana, en México; durante cinco años ha mantenido el máximo nivel de productividad académica de dicha universidad; ha sido galardonado con los títulos de Creador Artístico y Creador con Trayectoria del Estado de Veracruz; ha sido becario residente del Centro Banff para las Artes de Canadá, y ha dictado conferencias en universidades de varios países.
40.
Benjuil Mnemjian El Todopoderoso

Mateo Albán advierte a sus amigos críticos del pasado, del presente y del futuro que la siguiente historia es parecida a la de Blacamán y que no se disculpa. Solamente adjunta que la realidad no es propiedad de nadie y que los embaucadores no tienen marca registrada. Hecha la salvedad procede:

El año de mil novecientos y sepa el diablo fue según la opinión de Mateo Albán, este humilde ranador, tiempo de primates, frenápteros y frenólitos y por lo tanto tiempo de nuevas historias y hechos interesantes que registró honesta y castamente en sus cuadernillos. Para el Historiador-literato quien inició la época fue Benjuil Mnemjian, el que se hacía llamar a sí mismo El Todopoderoso y cuyas caminanzas copió al pie de la lepra a medida que iban saliendo de sus impárvulos labios. Pero antes que nada le pareció inútil trasladar el acta de sentencia que decía así:

Visto el caso, con base a los cargos ya espuestos y en ausencia de descargos, el sargento de policía, en ausencia también de jueces, alcalde y otras utoridades impertinentes, condena a Benjuil Mnemjian de alias desconocido, a cinco años de dura prisión, con prohibición del uso de su boca como no sea para comer, beber, esputar u otros menesteres puramente biológicos y biográficos e indispensables para la física suisistencia.

Pero la sentencia no se cumplió y la prueba es que El Todopoderoso contó lo siguiente: Pues yo me inicié en el negocio como todos, por la fuerza de las circunstancias y la apertura de las maternales piernas de mi madre. En mis primeros tiempos no tenía un mísero mendrugo que llevarme a la boca y vivía en Puriscal arrastrando mis andrajos por las calles. Tal vez me dirán que era un hombre vigoroso y joven, que podía trabajar, sin embargo les juro que yo traté de vivir como todos y no encontré quien me dijera tomá esta herramienta y hacéme el brete. Nada, y de nada nadie vive. Yo pensaba mucho y tenía ideas propias pero casualmente la de mi alta y noble profesión me la sugirió otro. Era uno de esos tan comunes vendedores de elíxires de larga vida y desempeño cordial. Admiré su verbo fluido y convincente, su facundia, su buen decir y cortesía, que congregaba a los transeúntes, sus gestos similares a los de actores trágicos, sus actitudes subyugadoras, típicas de un tarambana, los ojos desmesurados, grises y brillantes, de loco, que parecían mesmerizar a todos. Claro que no tomé la decisión de inmediato. Sabía que algún insecto raro me zumbaba dentro de la testa, entre el occipucio y el frontispicio, pugnando por salir, pero no era capaz de precisarlo todavía. De pronto comencé a adoptar costumbres muy inquietantes y particulares. No era vanidad, no vayan a creer, qué vanidad puede tener un indio autóctono que no posee ni dónde caerse muerto. Era algo más grande. Al poco tiempo un duendecillo, que existen los insolentes aunque no lo crean, me dijo: Máximo Antúnez, así me llamaba antes, póngase a comprar estos y estos libros que a Su Merced le esperan grandes cosas y tiene que prepararse. ¿Y yo qué iba a hacer? Pues moví mi ingenio que antes no me dio para comer y ahora sí para conseguir empastados que fueron llenando mi casucha como una epidemia. Estaban en mi cuarto de cuatro metros cuadrados, en el baño de hueco y en el patio de perros flacos. Cuando no tuve dónde meterlos debí guardar los sobrantes en las covachas de los vecinos. Ellos no tenían el menor escrúpulo en utilizarlos como parches allí donde la lata o el cartón dejaban grietas o usar sus hojas sabias para encender el fogón o venderlos por libras para envolver carnes. ¿Sus Mercedes se imaginan a don Pascal o a monsieur Voltaire o al gran Platón haciendo menester más útil? Si les he de hacer cuentas de lo que estudié no termino en mil años. Eso fue entre otras cosas lógica del absurdo, astronomía íntima, acupuntura, arte de Luilio, criptografía y coprografía y símbolos meatorios, catalepsis, los 613 mandamientos positivos de Maimónides y el sentido pésame de la marimonda, legamología, el ying, el yang y el lin yu tang, la cábala, el Corán, las biblias de Allan Kardek y de madame Blavatski y les digo a Sus Mercedes y a los demás que en esa época enflaquecí hasta extremos increíbles y no sé por qué los vecinos comenzaron a rendirme culto, se impusieron el deber de alimentarme y fue sólo gracias a ellos que logré sobrevivir. No me creerán tal vez si les digo que en la butaca de rústico pino quedaron marcadas las huellas de mis nalgas y el punto rampante del cóccix y que en la mesa del comedor, bueno, mi casa era dormitorio, sala, comedor, todo en el mismo espacio, los codos hicieron un hueco de topo. Para completar mi autodoctorado el duendecillo me dijo Benjuil, ya no era Máximo según mi otro yo, ahora tenés que estudiar lengua bien misteriosa y oscura y meterle el diente a la descifración de libros prohibidos, cantar músicas exóticas y aprender el arte de la oratoria y el embaucamiento y para aprender ésta penúltima me encerré en el escusado de hueco. Si vieran qué difícil fue cambiar el habladito cansón y humilde de nuestros padres mesoamericanos. Con el tiempo y las canciones de nota alta, piedras en la boca al modo de Tulio Cicerón, gárgaras de aceite de ricino caliente y otros métodos no menos cruentos y sofisticados mejoré notablemente mi insoportable garlar aunque todavía después de considerar terminado mi estudio conservaba ciertos defectos de dición y algunas debilidades más inmorales que morales. Decía sin albor alguno jilosojía, dentre, conceito. No pude aprender nunca a prenunciar esas morrongas palabrejas porque como soy medio mueco y con doble frenillo se me sale un gageo muy afrancesado, claro que también sirve para despistar al enemigo, sobre todo cuando suelto la pagsimonia, la tgasmutación, la pagtenogénesis y así para adelante, lo que no me perjudica sino que me adjudica y me enviste de autoridad ante tanta gente cornúpeda, implúmida e inconspicua. Y ya con estas armas me dijo el duende caprichoso: Andá cabrón (el duende al ganar confianza se hizo irrespetuoso) a recorrer el mundo que ya tenés garbo y prestancia. Y me fui pues, comencé a caminar y me paré y detuve en el primer caserío que encontré a echar labia y piruetas para llamar la atención, mostré piedras virtuosas y cuando había suficiente plebe reunida me anuncié de la siguiente manera y razón con perdón de los escuchas: Yo soy Benjuil Mnemjian, amigo de Dios y del diablo y de todas las criaturas de en medio, especialista en misterios, encantamientos y profecías, primer ser humano en lanzarse a las aguas de las Cataratas del Niágara dentro de un barril de cerveza, hacedor de lluvias, arrostrador de peligros, propietario del libro infinito en el que están resumidas todas las cosas, las que existen y las que no existen y las que sin existir existen a güevo por virtud de la famosa ley del tercero incluido acuñada por el gran soterista don Manuelito Kan. Propietario, decía, del libro infinito donde están escritas todas las palabras desde el principio de los tiempos, cuando había una sola expresión que era prohibido pronunciar si lo denominado no estaba presente. Además fui constructor de la Gran Muralla China y desflorador de una japonesita inexpugnable que se burló de todos los machos del barrio de mi infancia. Constructor también fui de las torres de Pisa, Eiffel y el Empire States Building. Me precio de filósofo, yantador de clavos oxidables, vidrios, ácidos, serpientes, cuchillas de afeitar superesteinles, hacedor de inventos cruciales, caminador de cuerdas flojas tendidas hacia el infinito y amarradas de un solo lado, cabalgador de pegasos, centauros, cebúes y hembras insoportables, productor y sanador de terremotos, salidor de laberintos, clarividente, domador de minotauros y mujeres enfurecidas y menopáusicas, adiestrador de medusas y pterodáctilos, intérprete de biblias, coranes, panfletos y constituciones, parlador de todas las lenguas habidas e indebidas, lícitas y prohibidas, cirílicas y grecolatinas, compañero de parranda de Harún Al Raschid, el juerguista más grande entre los sultanes de Bagdad, levantador de muertos muy muertos y recalcitrantes, mutacálime de Alá, conocedor de los siete sabios (yo soy, modestamente, el séptimo). Fui el primer hombre en cruzar a nado con una mano amarrada a la espalda el Atlántico desde Gibraltar hasta la península de la Florida. También discípulo de los gnomos de la Selva Negra, heredero de la sabiduría de Isaac Bensalomón Israelí, el más antiguo filósofo hebreo. Poseedor de once piedras filosofales, trece arañas mágicas y dos originales agujas de coser muertos. Bebedor de aguas estigias, pócimas y elíxires, nigromante licenciado en Egipto en las entrañas de la pirámide perdida de Toth, cuyas fetideces habrían matado a un Ulises...

Y siguió mencionando hazañas que el Historiador no registra por simple táctica literaria.

Después continuó diciendo El Todopoderoso: Tal vez ustedes no me crean y de pronto me van a decir que estaba engañando a la gente. Nada de eso, caballeros. No señores del jurado. Para su información yo soy el resumen de todos los hombres, desde los más insignificantes hasta los trascendentes y no sólo de los actuales sino de los de todas las épocas, desde el pitecantropues erectus, pasando por el sapiens hasta llegar al actual que es el cretinus mandilonus subcoleópterus, subespecie del energumenoides epistolarun ergonómicus. Como es lógico no todos me creen, pero yo sí, y eso es lo importante. Ni cumplo con lo prometido ni dejo de cumplir. La única condición que pongo para realizar lo que ofrezco es que todos me crean y como no he llegado a ese lugar encantado, siempre debo alejarme con el dolor del alma y sin embargo no me doy por vencido, reaparezco en otro sitio. Y resulta que después de mucho caminar, señoras y señores, voy llegando a San Isidro de El General donde reuní una multitud gigantesca y como en este mundo no hay panza sin ombligo la gente se fue convenciendo, con venciendo, entienden, no sé por cuá, tal vez por la fuerza de mis argumentos o por el poder magnético de mi voz de barítono tartamudo y mueco o por la apostura y presencia de un servidor, que con todo y lo indio, ya con mi turbante, mi joya destellante en la frente y mi blanquísima túnica, soy impresionante. O quizás fue el cansancio y la deshidratación ocasionados por la espera del milagro bajo un sol de caricatura o alguna confabulación de fuerzas muy especiales de este sitio. Lo cierto es que al principio se reían, después estaban serios como quesos y al final la muche dumbre, es decir, la muy mucha gente, comenzó a emanar un halo brillantísimo que anunciaba la realización de lo irrealizable: ya se sentía temblar el mundo sobre sus cimientos, los ojos se volvían hacia el cementerio a la espera de ver procesiones de muertos, se presentían prodigios, hazañas inenarrables, se oían mil dialectos, se erigían por obra de hechizo mil monumentos de alturas que ligaban el cielo con la tierra, comenzaban a volar por los aires ángeles de todos los pelajes que aterrizaban entre los parroquianos y aceptaban un trago, un cigarrito, una invitación a cenar donde Pascual o en Los Camioneros... cuando se escuchó la sirena de una radiopatrulla, un armatoste gigantesco y bruto que frenó como si hubiera estado al borde de un abismo. De aquella carroza funeraria salió un fantoche acaudillado por dos monigotes quienes me tomaron por los brazos sin escuchar mis advertencias de convertirlos en tepezcuintles.

Y aquí vine a parar.

Durante el proceso, si a eso se puede llamar proceso, no se me permitió pronunciar una sola palabra, además, mis estimados mostrencos, ¿para qué pronunciarla?... Como ustedes pueden suponer tengo muchas investigaciones por hacer y cuando quiera puedo utilizar mi don de convertirme en un chorro de humo para escurrirme entre los barrotes. Mi primer proyecto es establecer un canal de comunicación entre las 26 dimensiones del universo, mi segundo plan es aclarar el problema de la relación espacio-temporal entre el cuerpo etéreo y el corruptible, después pretendo localizar en el organismo el sitio exacto donde se aloja el alma, aislarla y reproducirla y enlatarla para su exportación y luego revertir el tiempo para enmendar los errores históricos, entender el sentido del pecado en el equilibrio de la humanidad, abrir brechas en el tiempo para viajar al instante a cualquier parte, romper las barreras del espacio para tener una vecindad inmediata con los seres más remotos, transmutar cualquier metal en oro sin molestos y dispendiosos procedimientos, crear desalinizadores de aguas marítimas e instalarlos en todas las casas o, algo más sencillo, convertir los mares en lagos de agua dulce.

Saltemos unos cuantos proyectos y vamos a la acción le dijo Mateo.

Benjuil Mnemjian siguió hablando ocho horas seguidas sin percatarse que los escuchantes se habían dormido. Cuando el literato despertó el hombre seguía ahí, con los ojos en blanco, en plena posesión de la palabra.

Y ya pueden ver Sus Mercedes afuera, aferrados a los barrotes, aglomerados a las puertas, subidos a los árboles del parque, desde los edificios con catalejos y catacortos, me miran, me otean, me esperan, están apostados miles de personas llegadas de los más apartados lugares del mundo y no sería raro que al municipio se le ocurriera cobrar por verme o tal vez me mandara asesinar para tener por fin un personaje célebre al cual hacerle una estatua de cuerpo entero y mandarle escribir biografías de mil páginas...Entre nos, Sus Mercedes, puedo comunicar que ya se está formando una secta, una religión, un cuerpo disciplinario que persigue el noble propósito de suministrarme los más curiosos y apartados aparatos y libros y retortas y alambiques para facilitar mi trabajo que es, ni más ni menos, y ustedes tienen el alto y primer privilegio de saberlo, alcanzar la universal paz y felicidad del mundo universo sin problemas de restricciones, estreñimientos o...

Tras otras dos horas Benjuil comenzaba a perder el aliento en medio de tanta emoción, dejaba sus frases inconclusas, como quien siente que todas las ideas del mundo se atropellan en su cabeza y todas se apuran a manifestarse, creando graves congestiones en las puertas de la conciencia y de su boca. Y sin embargo seguía:

Algunos de mis adeptos son sinceros, otros son los tristemente célebres buscadores de profetas, plaga que siempre ha existido, los cuales sólo esperan mi salida para, en primera medida, cobrar lo que creen les corresponde por su espera, paciencia y fidelidad, y en segunda, crucificarme boca abajo, quebrantarme las rodillas con mazos y hacerme beber la cicuta que siempre les corresponde a los hombres grandes. Los pobres: no saben que esperar es la mejor forma de morir antes de tiempo. He dicho y fiat lux.

Apenas hubo escuchado y copiado esta historia, Mateo Albán se subió en hombros de El Loco y se asomó a la larga ventanilla que lo ligaba con el mundo de la gente real para certificar la verdad o mentira de cuanto decía Banjuil Mnemjian. Solamente vio a los negritos de Termidor sentados frente a la Inspección de Policía y a unos cuantos amigos del Paticorvo Palomo rondando la Supervisión Educativa, donde los Cuervos asoleaban sus vientres cerveceros a la espera de las maestras del día. Se admiró entonces de la bien construida fantasía de El Todopoderoso y se preguntó si realmente no hacía falta un poco de fe para ver a la muchedumbre. De todos modos se regocijó pensando cuán provechosa sería la presencia de aquel auténtico frenáptero dentro de la dura prisión.




Pasajes Libros SL ha recibido de la Comunidad de Madrid la ayuda destinada a prestar apoyo económico a las pequeñas y medianas empresas madrileñas afectadas por el COVID-19

Para mejorar la navegación y los servicios que prestamos utilizamos cookies propias y de terceros. Entendemos que si continúa navegando acepta su uso.
Infórmese aquí  aceptar cookies.