En la tercera serie de los Episodios nacionales, escrita entre 1898 y 1900, es decir diecinueve años después de haber concluido la anterior, Galdós retoma la historia de España en el punto en que la había dejado la muerte de Fernando VII , para relatar la difícil etapa de la minoría de su hija, la futura Isabel II, no reconocida por los absolutistas que proclaman rey al infante don Carlos, hermano del rey fallecido. Los liberales arropan entonces a la reina viuda, María Cristina, y se inicia la primera guerra carlista. A lo largo de la serie, Galdós seguirá las vicisitudes de los dos bandos, entre el País Vasco, donde reside la corte absolutista, y Madrid, capital del gobierno liberal, con algunas incursiones en Levante y Cataluña. La serie no sólo contiene numerosos episodios bélicos, como las campañas de los generales carlistas Zumalacárregui y Cabrera, el cerco y la liberación de Bilbao, o las negociaciones que llevarán a término la guerra con el célebre abrazo de Vergara entre Espartero y Maroto, sino que recrea con gran maestría la vida en los dos bandos, con no pocas disensiones internas en sus respectivas cortes, mientras el pueblo intenta continuar viviendo al margen de la guerra. Como en las series anteriores, Galdós crea personajes ficticios que participan en los acontecimientos históricos, pero cuya vida trata de reflejar la del español de a pie. Y se vale a menudo del recurso a la narración epistolar, ya que las cartas conjugan los acontecimientos históricos e íntimos sin necesidad de un narrador omnisciente y con libertad para exponer diferentes visiones políticas y costumbres sociales. Así, el suicidio de Larra, la educación de la futura reina o la concertación de su matrimonio aparecen como acontecimientos que los personajes comentan como parte de su propio transcurrir vital.
Benito Pérez Galdós nació en Gran Canaria en 1843. Con veinte años viajó por Europa como corresponsal y a la vuelta tradujo a Dickens a partir de las ediciones francesas. En 1873 empezó a publicar los Episodios Nacionales, obra que le granjeó una inmensa popularidad y que continuaría escribiendo a lo largo de cinco series y a la par que novelas como Fortunata y Jacinta (1887), Miau (1888), Tristana (1892), Misericordia (1897), El abuelo (1897), Casandra (1905), El caballero encantado (1909; Nocturna, 2024) y La razón de la sinrazón (1915). En 1897 fue nombrado miembro de la Real Academia de la Lengua Española. Colaboró con diversos medios de comunicación y perteneció al Partido Progresista de Sagasta, al Partido Republicano y a la Conjunción Republicano-Socialista (con este último, fue diputado en las Cortes en las legislaturas de 1907 y 1910). En 1912 fue propuesto para el Premio Nobel de Literatura y un año después se quedó ciego. Murió en Madrid en 1920.
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