La persona que se descubre en el abismo no se vale de identidad alguna. No se vale sino de eso, de ser semejante. Semejante a aquel que le responderá. A todos. Es una limpieza fabulosa que se opera desde que nos atrevemos a hablar, más bien desde que llegamos a hacerlo. Porque desde que llamamos nos volvemos, somos ya semejantes. ¿A quién? ¿A qué? A eso de lo cual no sabemos nada. Y convirtiéndonos en persona semejante abandonamos el desierto, la sociedad. Escribir es no ser nadie personne . "Muerto", decía Thomas Mann. Cuando escribimos, cuando llamamos, ya somos semejantes. Inténtenlo. Intenten cuando están solos en su habitación, libres, sin ningún control del exterior, llamar o responder por encima del abismo. Mezclarse al vértigo, a la inmensa marea de los llamados. No sabemos gritar ese primer grito, esa primera palabra. Tanto como llamar a Dios. Es imposible. Y se hace.
M. D.
Marguerite Duras nació en la Indochina francesa en 1914 y murió en París en 1996. En 1932 se trasladó a París, donde estudió derecho, matemáticas y ciencias políticas. Durante la Segunda Guerra Mundial colaboró con la Resistencia; perteneció después al Partido Comunista Frances (hasta su expulsión, en 1955) y participó activamente en las revueltas de Mayo del 68. En 1943 publicó su primera obra, La impudicia, a la que seguirían más de veinte novelas, guiones de cine y textos dramáticos, además de algunas películas. Entre sus obras destacan Moderato cantabile, El vicecónsul, El arrebato de Lol V. Stein, Los ojos azules pelo negro, Emily L., Los caballitos de Tarquinia, El amor, El amante de la China del Norte y Un dique contra el Pacífico. Tras una profunda crisis, marcada por el alcoholismo, escribió El hombre sentado en el pasillo, El mal de la muerte y El amante, célebre novela merecedora del premio Goncourt en 1984. También es autora de un pequeño ensayo ineludible, Escribir, y del volumen titulado Cuadernos de la guerra.<br> <br>
|