El camino de Buenos Aires

La trata de blancas

El camino de Buenos Aires

Londres, Albert

Editorial Libros del Zorzal
Fecha de edición noviembre 2008

Idioma español

EAN 9789875990586
Libro


valoración
(0 comentarios)



P.V.P.  16,90 €

Sin ejemplares (se puede encargar)

Resumen del libro

En el año 1927 Albert Londres viajó de incógnito a la Argentina para llevar adelante una investigación sobre la trata de blancas. El camino de Buenos Aires, fruto de esa investigación, es mucho más que una crónica ocurrente o el relato de un viaje por el paraíso de los rufianes : constituye un testimonio polémico sobre la Argentina y un precioso documento sobre el circuito internacional del hampa.

Albert Londres nació en 1884, en Vichy, y comenzó su carrera como periodista en los años previos a la Primera Guerra Mundial. Así, se convirtió en corresponsal de guerra hasta el fin de los combates. Luego continuó viajando por el mundo y cubrió múltiples acontecimientos de la historia del siglo XX. Es considerado uno de los máximos precursores franceses del periodismo de investigación. Murió el 16 de mayo de 1932 en el incendio del barco Philippar.
ÍNDICE Prólogo a la presente traducción...9
I. Donde descubro el camino de Buenos Aires...19
II. Los pasajeros de Bilbao...27
III. Llegada...33
IV. En busca de los hombres del Milieu...39
V. Vacabana, alias el Moro...46
VI. Víctor el Victorioso comienza su relato...51
VII. Víctor el Victorioso continúa su relato... 57
VIII. Víctor el Victorioso concluye su relato...62
IX. Franchutas... 67
X. El principado de los marginales ... 72
XI. Moune... 78
XII. Casa Francesa...84
XIII. El oficio de proxeneta...90
XIV. Lo que las mujeres piensan de estos hombres...96
XV. Donde hago de rufián queriendo hacer de apóstol... 97
XVI. Donde la policía estafa al rufián...103
XVII. Polacos...109
XVIII. La Boca...114
XIX. En el campo...119
XX. Una victoria...123
XXI. Dos pesos falsos... 127
XXII. Actas...132
XXIII. Aunque hubiera una sola...136
XXIV. Señor pastor...139
XXV. Amargas declaraciones de un veterano durante una velada íntima...141
XXVI. La espera....148
XXVII. El criollo...151
XXVIII. La responsabilidad es nuestra...155 I. Donde descubro el camino de Buenos Aires
Y me senté en la terraza del Batifol.
Batifol es un bar en el arrabal de Saint-Denis. De no haber
tenido cita, podría haberme instalado en cualquier otro bar del
barrio, y hubiera sigo igualmente útil para mis intereses.
Pero estaba esperando a Jacquot. Jacquot es el hermano de
Nono. Me los había presentado Armand.
Jacquot, Nono y Armand son hombres del Milieu.
Jacquot apareció. Llevaba un cuello duro:
¿No le molesta que crucemos la calle? Tengo que echar un
vistazo en el Madelon.
Se trataba de un baile popular atendido por unos auverneses.
Jacquot quería ver si su mujer se daba el lujo de bailar en vez de
trabajar en los bulevares.
Entramos al Madelon.
Barra desde la puerta. Mesas en el medio. Pista de baile
al fondo. La mujer de Jacquot estaba sentada a una mesa, sola.
Acababan de servirle una bebida rosada llamada diabolo . Se disponía
a bailar.
Jacquot se acercó y, de lejos, le gritó:
¿Y? ¿Qué esperamos?
La chica se dio vuelta. Era rubia y algo frágil. Se puso de pie
y, con una sonrisita, le dijo a Jacquot:
Acabo de sentarme.
No volvió a tomar asiento. No bebió su diabolo. Se fue, lejos
del baile, a cumplir con su deber en los grandes bulevares.
Tiene una buena mentalidad me dijo Jacquot . Es una mujercita
de lo más honesta, ¡pero si no la vigilo tarde o temprano se
entrega a los placeres!
Nos instalamos en la barra.
Varios caballeros bebían allí sus Vittel-menthe.
Me gustaría saber por qué todos estos caballeros aprecian tanto
esa bebida del color del agua verde. Es sólo un detalle.
¡Un amigo! anunció Jacquot al presentarme .
Ya iba por mi cuarto Vittel-menthe cuando un apuesto caballero
abrió la puerta.
Sin duda acababa de escaparse de la vidriera de algún sastre.
Giré a su alrededor en busca del precio del traje. El evadido tal
vez había caminado demasiado rápido. La etiqueta se le había caído
en el camino. Estaba fresco como un lechón.
Su nombre era Riquet, pues al entrar anunció:
¡Llegó Riquet!
Le estrechamos la mano. Supe que había llegado esa mañana.
El viaje había sido bueno. Regresaba con numerosas bolsas .
¿Bolsas de qué? le pregunté a Jacquot .
¡Una bolsa son mil francos!
Riquet había tenido éxito. Venía de remonta .
No me molesta lucirme un poco. Esta vez no necesito de Jacquot
para explicar el término. Sin duda sólo soy un principiante en
el Milieu, pero un principiante con ciertas habilidades. Ir de remonta
signifi ca volver a Francia en busca de mujeres para exportar.
Y ¿de dónde viene? ¿De Egipto?
¡Por favor, señor Albert! Egipto ya no vale nada, viene del
gran mercado.
¿De la Villette?
¡De Buenos Aires!
Salimos del Madelon al séptimo Vittel-menthe.
Eran las cinco; los colegas debían de haber llegado. Nos dirigimos
al Batifol.
Ya estaban ahí, de pie, como si el cafetero les pagara para no
sentarse. Se paseaban de los billares al mostrador. De vez en cuando
iban hasta el umbral de la puerta; rápidamente volvían a entrar.
Los escuchaba hablar de pesos .
¡Dos mil pesos! ¡Cinco mil pesos! decían .
Era la moneda argentina.
Escucha Jacquot dijo uno de los hombres que estaba de pie ,
tengo que decirte un par de cosas. Cuando se tienen relaciones como
las tuyas, hay que avisar. Te conozco. Pero fíjate a quién frecuentas.
¿Quién? ¿René? Se ha portado bien contigo. Estás descuidando
a la chica. Él lo sabe. Quiere negociar. Te la compra a cien pesos.
No discuto el precio. Por lo que vale esa mujer, el dinero
era bueno.
Entonces, ¿cuál es el problema?
Me provoca . Anda diciendo que la chica valía quinientos
pesos, que yo no sabía vestirla, que él iba a prepararla para Buenos
Aires.
Se la vendiste. Es suya. ¡Qué te importa!
Me importa que me respeten. Para Buenos Aires, ¡una reventada
como ésa! La conozco. Yo mismo la debuté . ¡Pasa más tiempo en
la cama que en la vereda! Te digo que no se la lleva a Buenos Aires.
Y ¿si la lleva?
Entonces, que sean quinientos pesos, puedes decírselo. ¿Este
caballero está contigo? ¿Tomamos un Vittel-menthe?
No pasó nada más hasta las diez de la noche.
A esa hora, yo cerraba la puerta de un taxi frente al número 300
del bulevar de Belleville. Me dirigía a La Tonnelle. Para los que bailan,
es un baile popular donde se toca el acordeón. Para mí, era una facultad.
Solía frecuentar el lugar para hacer mi aprendizaje, como un
estudiante de medicina frecuenta todos los días el hospital.
Mi maestro se llamaba Armand. Ejercía su ofi cio ahí mismo,
en La Tonnelle.
Me introduje en el pasaje. Bajé las escaleras, pues iba al subsuelo.
En el rellano, el agente de policía me vio pasar una vez más.
El cerebro de ese hombre estaba trabajando por mi culpa. Ya le
había comunicado su perplejidad a Armand.
No se atormente, ofi cial le había respondido Armand . No
es nada. Es una especie de loco que no sabe lo que quiere. Le hablo
así para calmarlo. Si molesta, yo mismo lo sacaré. No le corresponde
a usted, valiente padre de familia, intervenir en esta clase de
historias. ¿Una cervecita, ofi cial?
La Tonnelle: bar oval debajo de la escalera, larga sala con mesas
y bancos a los costados, ambos clavados al suelo para que no salgan
volando en el vendaval de las peleas. ¡Sólo se ven gorras! Y luego
la orquesta, vestida de rosa, que enciende con su música el corazón
sombrío de las debutantes que han cenado un café con leche.
¡Buenas noches, Armand!
Un buen tipo es un buen tipo. Un hombre respetado no siempre
es un hombre respetable. Armand es proxeneta. Es así. Es lo
que es, pero lo es. Sé lo que hace. Él sabe lo que hago. Confía en
mí. Yo confío en él. De hombre a hombre.
Esos cuatro que ve en la segunda mesa, pues bien: ¡Son
como yo!
Cada vez que Armand me presentaba a un colega, decía: Fulano:
¡como yo!
Acaban de llegar de Buenos Aires. Recién sacados del horno,
todavía están calentitos. Vayamos a husmearlos.
Me condujo a la mesa.
Les presento al que ya saben dijo Armand . ¡Hagan lugar,
queremos sentarnos!
Bebían champán. Tenían el aspecto de comer rosbif a diario
y vestían como reyes. Hablaban de Montevideo, de Buenos Aires.
Uno de ellos vivía en el barrio de Belgrano.
¡Es un barrio chic, como Passy!
Los otros dos eran de Palermo.
¡Es como el barrio de l'Étoile!
Hablaban de Rosario, de Santa Fe, de la Cordillera de los
Andes, de Mendoza, en la frontera con Chile.
¿Dónde está tu mujer?
Mi mujer está en Buenos Aires; pero tengo una chica en
Mendoza y otra en Rosario.
Venía en busca de una cuarta.
¡Tengo dientes para cuatro tajadas! ¿No ves nada para mí,
en tu baile, Armand? ¿Una vacante (mujer sin proxeneta) que
tenga buena conducta?
Hablaban de cien pesos como sus madres, en el pasado, de
un centavo.
Cien pesos: ¡mil quinientos francos!
Mi mujer hace ciento cincuenta pesos por día. Las dos chicas
hacen otro tanto. ¡Sírveme champán, muchacho!
¿Todos ustedes vuelven de Buenos Aires?
Él no (señalaban al más joven). No ha viajado todavía.
¡Sólo tengo veintitrés años! ¿Eh? Cuatro en la cárcel (¡en la
central!). Muy pronto iré, ¡como todos ustedes!
Hablaban de la policía argentina.
Nos cuesta caro, ¡pero a veces resulta cómodo!
El que había dicho esto se hacía llamar Fifí-La-Orden. Explicó
lo que acababa de decir:
Hace cinco meses, un cliente se llevó a mi mujer.
Siempre has tenido mujeres sin conducta dijo Armand .
Comunico el asunto a quien corresponde. Prometo doscientos
pesos de recompensa. Los vigilantes parten a la caza. Encuentran
a la chiquita. De camino le decían: Vamos, más rápido, te llevamos
de vuelta a tu hombre . ¡Sírveme más champán, muchacho!
Hablaban de pasaportes.
¡Hablaban de paquebotes de línea!
No ocurrió nada más hasta las tres de la tarde del día siguiente.
A esa hora, yo estaba sentado en el bulevar Montmartre, en la
terraza ya no de un bar, sino de un establecimiento cardinal llamado
Mazarin. No estaba solo. El jefe de la policía de la Moralidad
Pública de la Sureté Générale estaba conmigo. Lo admito: cuando se
trata de dominar el juego, no me opongo a jugar con dos barajas.
Ese hombre eminente, admirable, asombroso y estupendo se llama
Bayard. Él es quien vigila a todos estos caballeros. ¡Todos tiemblan
cuando se acerca! Me disponía a pedir un Vittel-menthe cuando
Bayard me hizo una observación muy acertada:
Ahora sólo bebe Vittel-menthe. Mañana saldrá vestido con
un traje impecable. Pasado mañana tendrá los bolsillos del pantalón
repletos de billetes de mil. No vaya a creer que se ha convertido
en uno de ellos por estar adentro desde hace apenas quince días.
Entonces pedí dos cafés con leche. Hablamos de estos caballeros.
Los veremos pasar en cantidades. Llamaré a los más interesantes
o a los que usted quiera.
¡Ah! Pero cuando los llame escaparán.
Bayard tiene movimientos mesurados. Giró lentamente los
ojos en mi dirección y posó sobre mi inexperiencia una mirada
condescendiente y parsimoniosa.
¿Quiere que le haga señas a aquél?
Me agradaba. Caminaba pausadamente para no perderse ningún
detalle del espectáculo que París ofrecía. Su traje era marrón
y él también.
El hombre se mostró un poco sorprendido, pero se acercó
enseguida.
Tome un trago con nosotros.
Invito yo, señor Bayard.
Tomó asiento.
Él podría contarle buenas historias, si quisiera.
¿Yo? Yo no sé nada, señor Bayard.
No le pedimos detalles Lo que hizo anoche, por ejemplo.
No hice nada anoche, señor Bayard. Soy de lo más burgués.
Me acosté a las once.
Podría hablarnos de su último viaje a Buenos Aires.
El hombre sonrió. Del bolsillo para revolver extrajo un estuche
de plata. Los cigarrillos, que nos ofreció con elegancia, eran de
Egipto. Los fumamos.
¿Para cuándo su próximo viajecito? ¿Pronto? dijo Bayard .
El hombre alzó unos ojos indecisos. Pero no pudo llevar su
mirada hasta el cielo. El toldo del café le cortó la vista
Al menos habremos brindado juntos dijo el jefe de la policía
de Moralidad Pública .
Ha sido un honor, señor Bayard.
El hombre del estuche de plata siguió su camino.
Es para mostrarles qué aspecto tienen. No se entregan a
cualquiera. ¡En fi n! Así podrá conocerlos.
De pronto:
¡Cht! hizo Bayard . ¡Cht! Sí, aquí, ¡acérquese un poco!
Con gusto, señor Bayard. ¿Cómo está usted?
¡Ah! Pero ¡entonces ya me había visto! ¿Acaso mi sombra
estorba su andar elegante?
¿Qué quiere decir, señor Bayard?
¿Ya no le agrado? ¿Quizá deba dejarme crecer el bigote o
hacerme vestir por su sastre?
De ningún modo, señor Bayard.
Es posible que haya alterado la organización de sus paquetes
para su viajecito a Buenos Aires. Tal vez ese día estaba yo de
ánimo bromista.
Señor Bayard, no lo entiendo.
Anoche usted estaba en el café-tabac de la calle Lepic, y a
las nueve y media dijo: Voy a arrancarle el pellejo a Bayard .
¿Quieres testigos?
El hombre apretó los dientes (pensaba en los testigos).
Le pido disculpas, señor Bayard. Si lo dije, dicho está; pero
no era ésa la expresión de mi pensamiento más profundo. Usted
me conoce, señor Ba
Sigue tu camino, muchacho, ve a pasear, ¡no hallarás tarde
más hermosa que la de hoy!
Pasaban cada cinco minutos.
Bayard llamó a Simeón. Era el más elegante del desfi le. Debía
reírse al verse tan buen mozo frente a su espejo.
Ya ve usted, señor Bayard, paseo... y muy tranquilamente.
Sabe que estoy en libertad condicional. No está bien lo que me hicieron.
Estuvo mal. Me detuvieron al desembarcar en Burdeos. Purgué
dos meses. Afortunadamente hay jueces en nuestra querida Francia.
Estoy libre desde anteayer. Le agradezco, señor Bayard, que no haya
agravado mi situación presentando más cargos. Usted entiende a la
justicia. ¿Desea tomar un pastis con menta? ¡En fi n! ¿Qué hice yo?
Llevaste un peso falso (un peso falso es una chica que no
llega a los veintiún años).
No diga eso, señor Bayard.
¡Simeón ! ¡Simeón !
No, señor Bayard. ¿Tengo o no derecho de ir a Buenos Aires?
¡Simeón!
Nadie más correcto que yo a bordo. Y de pronto, entre Santos
y Montevideo, descubren a una muchacha en el puesto de los
fogoneros. Era la primera vez que la veía, lo juro por mi madre que
está en Argelia, mi país natal, como usted sabe. Además, ¿por qué
habría llevado yo un peso falso?
La juventud tienta a los hombres nuevos en los países nuevos.
¡Por un año, señor Bayard! ¡Veinte años, veintiún años! ¿Qué
diferencia puede haber si se trata siempre de la tierna juventud? Si
me sintiera culpable, ¿para qué habría regresado a Francia?
Para buscar otra
Simeón le daba la espalda al bulevar. Desplazó su silla, miró
París que desfilaba:
¡Martirizarme en un país tan hermoso! Todo lo que se ve
aquí es hermoso. Todo lo que se bebe, todo lo que se come es bueno.
¡La gente ríe! ¡La vida, allá, no es para tipos delicados!
A las cuatro y media, al despedirse, Bayard me dijo:
¿Está contento? Me parece que todo va saliendo bien.
Nada está saliendo bien: hace quince días que sólo veo el
telón levantarse.
Es cierto, pero la obra se representa a quince mil kilómetros.
Algo pasó entre las cuatro y media y las cinco y media.
En París hay una casa magnífi ca. Está ubicada en el número
3 del bulevar Malherbes. En su vitrina, puede verse un gran barco
con tres chimeneas. Es un bonito juguete para los viajeros. Luego,
una vez adentro, también se ven coloridas imágenes de barcos. La
sala es muy agradable; en el fondo hay mostradores de caoba. De
pie, detrás de esos magnífi cos mostradores, se hallan los señores
empleados, muy amables, muy sonrientes y muy educados. Le preguntan
a uno lo que desea, y luego se desviven para conseguirlo.
Esa compañía sale de todos los puertos. Por Hamburgo y
Anvers, por Le Havre y La Pallice, por Marsella y Burdeos.
¡Qué hermosa compañía! Se llama Compagnie Sud-Atlantique o
Compagnie des Transports Maritimes, o aun: Compagnie des Chargeurs
Réunis. ¡A la carga!
A las cinco y media, estaba en la vereda y tenía la iglesia de la
Madeleine a mis espaldas. Miraba un hermoso boleto, un boleto
para el viaje. Era azul y llevaba escrito: Le Havre-Buenos Aires,
partida 3 de septiembre . Ese boleto era mío.
¡En marcha!





Pasajes Libros SL ha recibido de la Comunidad de Madrid la ayuda destinada a prestar apoyo económico a las pequeñas y medianas empresas madrileñas afectadas por el COVID-19

Para mejorar la navegación y los servicios que prestamos utilizamos cookies propias y de terceros. Entendemos que si continúa navegando acepta su uso.
Infórmese aquí  aceptar cookies.