El asiento de conductor

El asiento de conductor

Spark, Muriel

Editorial EDITORIAL CONTRASEÑA
Fecha de edición abril 2011

Idioma español

EAN 9788493781866
136 páginas
Libro encuadernado en tapa blanda
Dimensiones 13 mm x 21 mm


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Resumen del libro

Algunas de sus mejores obras, más que novelas, son relatos que, por su brevedad, cabe leer en una trepidante sentada. El asiento del conductor es un caso ejemplar, un extraordinario tour de force, la historia de un crimen vista al revés. David Lodge
Una obra maestra vidriosa y pérfida. El asiento del conductor es de una crudeza rayana en lo espeluznante. The New Yorker
Con estilo descarnado y seco, Muriel Spark narra en El asiento del conductor las últimas horas de Lise, una turista nórdica que pasa unas vacaciones en un país meridional del que nunca regresará. Como en alguna ocasión declaró la escritora escocesa, su intención al escribir fue la de aterrorizar deleitando , máxima que se cumple de modo magistral en esta turbadora novela. El asiento del conductor sirvió de base a la película Identitik, de 1974, dirigida por Giuseppe Patroni Griffi y protagonizada por Elizabeth Taylor.
Muriel Spark, cuyo verdadero nombre era Muriel Sarah Camberg, nació en Edimburgo el 1 de febrero de 1918 y falleció en la Toscana el 13 de abril de 2006. De padre judío y madre anglicana, en 1938 se casó con Sydney Oswald Spark, con quien tuvo un hijo, Robin. Ambos se afincaron en Rodesia (en la actualidad Zimbabue), pero se divorciaron tras seis años de matrimonio. Muriel Spark regresó a Londres en 1944 y trabajó en una oficina de contraespionaje para la Secretaría de Relaciones Exteriores, en la que conoció a Graham Greene. En los años sesenta se trasladó a vivir a Italia, primero a Roma y luego a un pequeño pueblo de la Toscana, donde permaneció hasta su muerte. Autora de ensayos, libros de poesía, biografías, relatos y novelas, entre estas últimas cabe destacar Los que consuelan, Memento mori, La plenitud de la señorita Brodie, Merodeando con aviesa intención o Las señoritas de escasos medios.
FRAGMENTO. Los dados de la muerte regresan al cubilete
1
Muriel Spark falleció el 13 de abril de 2006 en Civitella della Chiana, localidad toscana cercana a Florencia donde transcurrirían las tres últimas décadas de su vida. Tenía ochenta y ocho años. A los ochenta y siete vio la luz su última novela, The Finishing School, en la que vuelve a obsesiones de las que nunca pudo desprenderse, como la envidia o el mundo de los internados. A un entrevistador que le preguntó con cuál de entre todos los escritores que habían sido importantes para ella a lo largo de su vida se quedaría si tuviera que elegir a uno, contestó sin dudar que sería Proust, cuya lectura, añadió, le hizo tomar la decisión de dedicar su vida a la escritura. La revelación resulta inaudita, dada la distancia abismal que media entre las concepciones literarias de los dos autores.
Entre los ochenta y cuatro y los ochenta y un años vio aparecer varias recopilaciones de su importante producción como cuentista. De gran diversidad temática y formal, los relatos de Muriel Spark son una de las mejores maneras de aproximarse a su inclasificable universo literario. Despidió el siglo xx con una de las mejores novelas de su carrera, Aiding and Abetting (2000). Interrogada acerca de su incurable tendencia a mezclar lo trágico con lo cómico y lo grotesco, afirmó: Tengo una vena cómica, pero mis novelas son muy serias. Procuro inventar una categoría nueva cada vez que hago algo . Siete años antes, en 1993, publica Curriculum Vitae, su idiosincrásica autobiografía.
Aquel mismo año le fue conferido el título de Dama del Imperio Británico. A lo largo del cuarto de siglo anterior, la escritora escocesa dio forma a gran parte de su corpus literario. Durante este período y hasta el momento de su muerte ocuparía un lugar preeminente en su vida una figura que se mantuvo siempre a su sombra, la pintora y escultora Penelope Jardine. Mucho más joven que ella, miss Jardine fue, desde que se conocieron en Roma en 1968, testigo privilegiado del proceso de creación de Muriel Spark.
Aunque vista desde fuera invitaba a cierto tipo de especulaciones, la relación existente entre las dos mujeres no era de índole sentimental, sino una forma de amistad ajena a toda suerte de convencionalismo. Miss Jardine se trasladó a la casa de su nueva amiga poco después de conocerla, compartiendo con ella su intimidad y su rutina, viajando a todas partes en su compañía y ocupándose de recoger y ordenar su ingente producción literaria. Miss Spark escribía a mano, usando estilográficas que no podían haber efectuado jamás un solo trazo antes de llegar a su escritorio, en cuadernos de espiral que se hacía traer de su papelería favorita de Edimburgo. Utilizaba una sola cara de las hojas del cuaderno, redactando de un tirón, sin hacer
apenas correcciones. Miss Jardine pasaba después el texto a máquina. Teatro, poesía, ensayo, biografía, trabajos de edición, libros infantiles y, por encima de
todo, sus cuentos y novelas eran escrupulosamente revisados por su fiel compañera.
He aquí una gradación en sentido cronológico inverso de algunos de los títulos de las obras narrativas más significativas escritas por Muriel Spark durante los años en que gozó de la compañía y amistad de Penelope Jardine: The Finishing School (2004), Historias de fantasmas (2003), Cuentos completos (2001), Aiding and Abetting (2000), Curriculum Vitae (1993), Reality and Dreams (1996), El banquete (1990), Muy lejos de Kensington (1988), El único problema (1984), Merodeando con aviesa intención (1981), Territorial Rights (1979), The Abbess of Crewe (1973), El asiento del conductor (1970), La imagen pública (1968).
La irrupción de miss Jardine en su vida no supuso un cambio de orden estético, ni propició la
aparición de aspectos desconocidos de su talento.
Durante los años inmediatamente anteriores a su encuentro, Muriel Spark había publicado obras de tanta o más envergadura. 1963, año en el que vio la luz Las señoritas de escasos medios, fue crucial en la vida de la autora, por ser el que marca el principio de su exilio, un exilio autoimpuesto y que cortaba de raíz la relación con su país de origen. Muriel Spark jamás regresaría al Reino Unido. Tras un interludio de cuatro años en Nueva York, sus pasos la llevaron a Italia, a partir de entonces el epicentro de su vida.
En 1961 publicó su obra más representativa, La plenitud de la señorita Brodie, novela con la que alcanzó el éxito y la fama. El libro cuenta la historia de la inolvidable miss Jean Brodie, uno de los personajes más divertidos y siniestros de la literatura de su época, transfiguración en clave ficcional de Christina Kay, maestra que dejó una honda huella en Muriel Spark durante sus años de aprendizaje en la escuela primaria. Llevando a cabo una suerte de venganza poética cuyas claves, como ocurre siempre con ella, no se acaban de entender, miss Kay se sirvió de miss Brodie para cambiar el destino de miss Spark.
Convertida en una celebridad, se vio obligada a refugiarse en una campana de cristal imaginaria que la separó radicalmente de cuanto había sido su vida hasta entonces, alejándola irreparablemente de sus amigos y conocidos. No fue suficiente. Sentía que el ambiente de Inglaterra la asfixiaba y no le quedó más remedio que huir. Los dos años anteriores a su partida publicó The Ballad of Peckham Rye (1960) y Memento Mori (1959), novelas de gran interés, pero que no permitían sospechar el estallido que vendría con La plenitud de la señorita Brodie.
La imagen más característica de la escritora corresponde a las fotos de los años iniciales de su exilio.
En ellas se ve a una mujer de mirada alerta y rasgos firmes, en torno a los cincuenta años, vestida con modelos caros y algo anticuados, muy maquillada, con los labios finos algo apretados (gesto que traslada con frecuencia a las heroínas de sus novelas). Tenía debilidad por los abrigos de piel, las joyas caras y los sombreros estrafalarios.
Nada que ver con la mujer que en 1957, a la tardía edad de treinta y nueve años, publica por primera vez. The Comforters llama la atención por el dominio de la técnica novelística y por la madurez de la voz narrativa, circunstancias que rara vez se dan en una ópera prima. Tres años antes, en 1954, la futura escritora padeció una profunda crisis espiritual que desembocó en su conversión al catolicismo. Graves dificultades económicas, una seria adicción a las anfetaminas y la lectura de la poesía de T. S. Eliot (que, bajo el estado alucinatorio que provocaba en ella el consumo de estupefacientes y lo inadecuado de su dieta, le parecía que encerraba mensajes en clave) la arrastraron por un túnel del que solo pudo salir aferrándose a la fe. Más adelante, cuando empezaba a abrirse paso como escritora, otro escritor católico le brindaría su apoyo y sería importante para ella:
Graham Greene.
Los años inmediatamente anteriores a su conversión estuvieron presididos por el signo de la incertidumbre.
Cambió constantemente de trabajo, aunque el sentido general de su trayectoria pareció orientarla hacia su destino como escritora, llevándola a trabajar como editora de varias publicaciones.
Tras la Segunda Guerra Mundial la contrató la Sociedad Poética, cuya revista, The Poetry Review, editó por espacio de dos años. Su contacto con aquel mundo la llevó a escribir reseñas y, en privado, su propia poesía. Uno de los trabajos que le fueron asignados por aquel entonces, la revisión de la correspondencia del carismático cardenal Newman, una de las figuras públicas más formidables de la época, le causó una profunda impresión. De hecho, fue el descubrimiento de la escritura de Newman el catalizador de su conversión al catolicismo. En los últimos meses de la contienda bélica mundial encontró trabajo en una división secreta del Foreign Office. Su labor consistía en redactar boletines radiofónicos falsos a fin de confundir a los nazis. La verosimilitud de las emisiones era tal que, además del enemigo, los propios británicos daban por ciertas las noticias elaboradas por la joven redactora.
1944: la contienda mundial, que tan duramente castigó a la ciudad de Londres, entra en su fase final.
Tras siete años de vida conyugal en la antigua Rodesia del Sur, hoy Zimbabue, Muriel Spark rompe el vínculo matrimonial y al cabo de una larga espera consigue regresar a Inglaterra a bordo de un buque de guerra. Regresó sola, dejando a su hijo Robin, de seis años de edad, en un internado al cuidado de unas monjas en África Central. Nunca se llevaría bien con él. Atrás dejaba un matrimonio infernal del que el único rédito positivo fue el apellido de su esposo: Spark.
Muriel Camberg tenía diecinueve años cuando contrajo matrimonio con Sydney Oswald Spark, maestro de escuela trece años mayor que ella, a quien acababan de destinar a África. Resultó ser un hombre violento y desequilibrado. En sus diarios Muriel Spark se refería a él como SOS.
Terminada la escuela secundaria, Muriel no fue a la universidad, en parte por falta de medios y en parte porque la vida académica le parecía el más aburrido de los destinos posibles. En lugar de ello cursó estudios de secretariado, oficio que alternó con trabajos que no exigían ninguna preparación, como dependienta de grandes almacenes.
Al evocar en su autobiografía los años anteriores a su adolescencia, la autora indica que una de las experiencias decisivas de su niñez fue la larga agonía de su abuela, de la que fue testigo en primera línea, pues su familia le encargó que se ocupara de atenderla hasta que llegara el desenlace. El episodio, reflejado en distintos momentos de su obra, la hizo particularmente sensible a la fragilidad de la vejez y la realidad de la muerte. A los cinco años fue aceptada en la escuela femenina James Gillespie, donde fue seleccionada junto con un grupo reducido de estudiantes para seguir un plan de estudios de élite bajo la heterodoxa supervisión de Christina Kay, modelo de miss Brodie. Su padre, Bernard Camberg, era ingeniero y procedía de una familia judía, en tanto que su madre, Sarah Elizabeth Maud Uezzell, profesora de música, era de fe protestante.
La futura autora de El asiento del conductor llegó al mundo el 1 de febrero de 1918, en la localidad escocesa de Edimburgo. No hay constancia de lo que pensaron Bernard y Sarah cuando la comadrona los dejó a solas con aquella singular criatura en cuya cabeza se encerraba el germen de los cientos de historias que el destino reservó para que las contara ella.
Sus padres tampoco podían saber por qué aquel bebé de mirada alerta y rasgos delicados pero firmemente definidos daba muestras de impaciencia.
Solo a alguien que hubiera podido viajar desde el futuro hasta aquella modesta habitación después de haberse adentrado en los mundos a los que la niña daría forma en sus novelas le habría resultado posible entender el porqué de aquella extraña inquietud.
2
Algunos de los adjetivos más recurrentes a la hora de invocar el universo narrativo de Muriel Spark son: enigmático, excéntrico, estrafalario, estrambótico y otros que se mueven en la misma órbita semántica.
En sus novelas nos encontramos con elementos ciertamente insólitos: narradores de ultratumba, miembros de la Cámara de los Lores incapaces de perpetrar un parricido a derechas, abuelas contrabandistas que ocultan un alijo de diamantes en la miga de una baguete, platillos volantes que se muestran interesados por la suerte de los personajes... Decía John Updike que leer una novela de Muriel Spark era lo más parecido que había a adentrarse en una casa encantada en la que hay puertas falsas que conducen a pasadizos secretos y paredes que ceden al oprimir botones ocultos.
Estamos en un mundo en el que nada es lo que parece, un mundo muchas veces violento, en el que lo cómico convive con lo macabro, y en el que el mal y la muerte nunca están muy lejos. Bajo la mirada atenta de Muriel Spark, una mirada fría e intelectualizada, las acciones de los personajes ponen en evidencia el lado más absurdo y oscuro del comportamiento humano. Para algunos críticos y lectores, el tratamiento que la autora da a sus personajes es en exceso despiadado. Dueña absoluta de su destino, con frecuencia la escritora les asigna un final trágico hacia el que los conduce no ya con despreocupación, sino como si le divirtiera lo que hace. La gente dice que mis novelas son crueles porque en ellas hay acontecimientos crueles que yo narro en un tono indiferente , comentó en una entrevista concedida a The New Yorker. Es cierto que muchas veces soy inexpresiva, pero hay en ello una intención moral. Lo que estoy dando a entender es que, a la larga, lo que nos pasa en esta vida no es lo más importante, sino lo que pasa después.
Su intención moralizante obedece a un código ciertamente extraño: Disfruto siendo puritana y moralista , afirmó en otra ocasión. Me hace feliz emitir juicios de valor acerca del bien y el mal; cuando lo hago estoy en mi elemento, lo cual no tiene nada que ver con mi manera de comportarme en la vida real. Por lo demás, no creo que me corresponda el derecho a vengarme ni a tomar la justicia por mi mano, se trate de aplicármela a mí misma o a los demás. Con discriminar intelectualmente me basta. Lo demás se lo dejo a Dios.
Lo cual equivale a decir que, de la misma manera que no está en su mano interferir en los asuntos vivinos, tampoco le hace gracia la idea de que Dios ponga orden en su mundo narrativo. Cuando se siente verdaderamente en su elemento es cuando despliega su capacidad para la sátira, género moralista por excelencia.
Los temas que aborda son serios, pero su forma de tratarlos peca de una ligereza rayana a veces en la frivolidad, cosa que a algunos críticos les parece una debilidad. Las novelas de Muriel Spark son inmensamente amenas, gracias a la habilidad de la autora para usar técnicas propias de la literatura de entretenimiento.
Para algunos, eso rebaja un tanto la calidad de sus narraciones.
Nada más alejado de la realidad. Por el contrario, son pocos los autores capaces de anular como lo hace ella la distancia entre las llamadas baja y alta literatura.
En sus manos, estas dos categorías carecen de sentido.
Muriel Spark cultiva una prosa rápida, precisa y cortante, que no deja nada sin diseccionar. El lector la sigue sin darse cuenta de por dónde lo llevan, hipnotizado y engañado, obedeciendo señales que no entiende del todo, al igual que hacen los personajes. En sus relatos cortos ocurre algo semejante, pero el despliegue de sus plenos poderes narrativos exige el difícil formato de la media distancia, de la que El asiento del conductor es un espécimen perfecto. Las novelas cortas de Muriel, formato en el que, por calidad y cantidad, quizá ningún narrador la supere, se pueden considerar el modelo canónico del género. Escribió una veintena de novelas cuya extensión ronda el centenar de páginas, entre las cuales hay media docena de obras maestras, una de ellas la que tiene ahora el lector en sus manos.
Con absoluta naturalidad, no bien la narración echa a andar, se nos anuncia el final que aguarda a la protagonista. Como ocurre siempre con Spark, el guiño oculta mucho más de lo que muestra. Estamos en la casa encantada de que nos hablaba John Updike, y nada ni nadie puede hacer ya nada por nosotros ni por la protagonista. Por acuerdo tácito con ella, la divinidad en que la autora creía ciegamente está fuera de juego. Su competencia, nadie lo disputa, es el más allá, pero en las cien páginas que necesita la autora para construir el pequeño mundo de esta enigmática narración la única voz que cuenta es la suya. Es preciso llegar al final, que no es el que parecía anunciársenos al principio, para entender por qué actúa así. Eduardo Lago





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