Cuatro hermanas

Cuatro hermanas

Carleton, Jetta

Editorial Libros del Asteroide
Colección Ficción moderna y contemporánea, Número 0
Fecha de edición abril 2015 · Edición nº 4

Idioma español
Traducción de Gispert, María Teresa de

EAN 9788492663040
416 páginas
Libro encuadernado en tapa blanda con solapas
Dimensiones 140 mm x 210 mm


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Resumen del libro

A principios de los años cincuenta, Matthew Soames, maestro en un colegio rural, y su mujer, Callie, disfrutan del final del verano en su granja de las afueras de Renfro, Misuri, en la que criaron a sus cuatro enérgicas hijas: la mayor, Jessica; Leonie, la más responsable; la indómita Mathy, que dejó sus estudios para casarse con un piloto acrobático, y la pequeña Mary Jo, que abandonó la granja muy joven para trabajar en la televisión en Nueva York. Como cada año, tres de sus hijas acuden a visitarles durante unas semanas. El final de su estancia hace aflorar los recuerdos: las alegrías, decepciones, amores y desengaños que marcaron el paso del tiempo y que parecen haber dominado la vida de las cuatro hermanas. Sin embargo, más allá de lo ocurrido late el profundo amor que los ha mantenido unidos durante todos esos años. Cuatro hermanas, la primera y única novela de Jetta Carleton, fue publicada por primera vez en 1962. Su editor, el mítico director literario de Knopf, Robert Gottlieb, decía de ella: «De los cientos de novelas que he editado, Cuatro hermanas es realmente la única que he releído en varias ocasiones desde su publicación y, cada vez que la leo, me emociona tanto como la primera vez.

«La transparencia de "Cuatro hermanas", alejada de la sociología pedestre y la teratología familiar, convierte la escritura de Carleton en un regalo. Ricardo Menéndez Salmón.
«Es difícil saber qué es más sorprendente: que "Cuatro hermanas" sea la primera y además la única novela de Jetta Carleton o que su escritura capture tan bien la belleza de la naturaleza y la complejidad de las emociones humanas. "The Washington Post".
«Una vez cada cierto tiempo aparece un libro que te hace dar gracias por poder leer (...) "Cuatro hermanas" es uno de estos libros. "San Francisco News-Call Bulletin".
«Una maravillosa novela (...) Carleton no idealiza pero tampoco ridiculiza la vida rural de Misuri, y retrata con gran delicadeza una familia llena de pasiones y deseos contradicorios. "Chicago Tribune".

FRAGMENTO: «Mi padre poseía una granja en el lado occidental del Misuri, por debajo del río, donde la meseta de Ozark desciende para unirse a la llanura. Es esta una región surcada por riachuelos, rica en pastos que, buscando la luz del sol, surgen en medio de valles llenos de arbolado y se extinguen sobre enhiestas rocas calizas. Es una bonita comarca. No despierta admiración, como hacen otras, pero a su modesta manera es una tierra fértil en la que abunda el maíz, los caquis, zarzamoras, nogales negros, hierba de forraje y rosas salvajes. La granja, ochenta hectáreas bañadas por las lentas y parduscas aguas del Little Tebo, se enclava en su centro. No había aún concluido el siglo XIX cuando mis padres, Matthew y Callie Soames, llegaron por pri mera vez a la granja. Recién casados, llevaban por todo equipaje una tetera, un colchón de plumas y un par de mulos. Más adelante, se fueron a vivir a una pequeña ciudad donde mi padre era maestro de escuela. A veces regresaban a la granja durante el verano, y al cabo de muchos años se quedaron definitivamente en ella. Pintaron la casa, arreglaron el viejo granero gris, compraron un buey y un depósito de butano, y se instalaron allí todo el año, tan felices como si fueran dos saludables jóvenes de vein te años, en vez de una delicada pareja que pasaba de los setenta. Mis hermanas y yo solíamos ir a verlos todos los veranos. Jessica llegaba del corazón de los Ozarks; Leonie, de una pequeña ciudad De Kansas, y yo, de Nueva York, donde trabajaba en televisión, por aquellos tiempos una industria nueva que a mi familia le parecía muy misteriosa. A mí, igual que a mis hermanas, estas visitas me parecían un fastidio anual, como los impuestos sobre la renta. Siempre se nos presentaban otras mil mane as de pasar el tiempo pero, aunque éramos ya mayores, nuestros padres conservaban su autoridad. Exigían el tributo y nosotras lo pagábamos. Una vez allí, nos sentíamos bastante felices. Volvía mos fácilmente a las viejas costumbres, a las antiguas bromas, pescábamos en el arroyo, comíamos crema de leche, engordábamos, y nos dejábamos vencer por la pereza. Era una temporada de plácida irrealidad. Las vidas que llevábamos en el exterior quedaban suspendidas; los asuntos del mundo, olvidados, y sólo recordá bamos nuestra sangre común. No importaba que nues tros valores no fueran ya los mismos, que hubiéramos emprendido caminos distintos; cuando nos encontrába mos en familia, sabíamos disfrutar todos juntos.
Recuerdo particularmente un verano a principios de los años cincuenta. Los maridos de Jessica y Leonie no vinieron; uno era granjero, el otro mecánico, y ninguno de los dos pudo dejar su trabajo. Sólo el hijo de Leonie nos acompañaba. Soames era un muchacho alto y gua po que acababa de cumplir los dieciocho. Al cabo de pocas semanas iba a alistarse en la Fuerza Aé rea, y su madre no podía soportar la idea. Cuando se hubiera marchado, quedarían tantas cosas por hacer y tantas por decir que nunca se les volvería a presentar la oportuni dad de hacerlas o decirlas. Fue una época triste para los dos, y tam bién para los demás, sobre todo porque todavía continuaba la guerra de Corea. La guerra nos preocupaba mucho y confería a su partida una especial gravedad. No podíamos pensar en una cosa sin pensar en la otra. Y sin embargo, allí, en el corazón del país, tan lejos del mundo exterior, aún era posible no pensar en ninguna de las dos. Carecíamos de periódicos. Nadie nos molestaba con la radio. Las pocas noticias que recibíamos parecían irreales y no nos con cernían. Sólo el rugido de los aviones de una base aérea del norte nos recordaba el peligro, y pronto incluso ellos perdieron su aire amenazador. Sus sombras se desliza ban por los campos y el patio como las sombras de las nubes, apenas más siniestras. La granja era una peque ña isla en un mar de verano. Y aquella guerra lejana en la que tantos jóvenes morían nos preocupaba menos que los disparos recibidos por un viejo. Esto había sucedido cerca de casa, a un par de kilómetros del camino.
A un solitario granjero llamado Corcoran le había disparado unos cuantos tiros su único hijo, un infeliz recientemente licenciado del ejército. Mis padres encontraron al viejo a la mañana siguiente, enroscado debajo de una cama como una alfombra en verano. Lo habían abandonado ahí para que se muriera, pero había sobrevivido, a duras penas. Mis padres lo llevaron en coche a un hospital que quedaba a treinta kilómetros; mi madre, en el asiento trasero, con la cabeza del anciano en el regazo. Todo esto ocurrió poco antes de nuestra lle gada. En nuestro penúltimo día de estancia en la gran ja, todavía lo comentábamos.
'¡Pobre viejo! 'dijo mi madre'. Sería una bendición que se muriese.
'Sí, desde luego 'replicó mi padre'. No tiene a nadie que le cuide.
'Era un viejo gruñón, pero no se merece tanto sufrir.
'¿Cuántos años tiene? 'pregunté.
'Setenta, al menos 'contestó mi madre. Y por el modo en que lo dijo, el hombre podría haber sido su abuelo.
'¿Han cogido al chico? 'inquirió Soames.
'Todavía no.
'¿Cómo es posible que llegara a eso?
'No lo sé 'repuso mi padre'. Algunos dicen que el viejo era muy duro con él.
'¡Corrían toda clase de chismes! 'dijo mi ma dre'. Que si su padre le dejaba atado en el ahumadero y cosas por el estilo. Nunca me los he creído.
'Habladurías 'comentó mi padre'. El viejo siempre se peleaba con la gente y han querido devolvérselas todas. Tenía unos modales bruscos y groseros, pero no era mezquino.
'No, eso no le era. En cambio, el chico era raro. No estaba muy en sus cabales. No sé cómo lo admitieron en el ejército.
'Tiene su lógica'dijo Soames sonriendo y le vantándose.
'Eres de lo que no hay 'le dijo mamá dándole unas palmadas en las posaderas de los vaqueros'. Dios mío, nos hemos olvidado de calentar agua para lavar los platos.
Así terminó nuestra conversación sobre la violencia en el vecindario. Nos levantamos de la mesa aturdidos por todo lo que habíamos comido. El almuerzo había consistido en filete asado, guisantes a la crema, tomates verdes salteados con mantequilla y pastel de azúcar quemado de postre.
'Todo estaba riquísimo 'dijo Jessica'. Me gustaría tener tres estómagos, como las vacas.
'A mí también 'dijo Leonie. Se comió el último tomate frito de la bandeja.
'¿Después del pastel? 'exclamé sorprendida.
'Siempre he de terminar con algo salado.
'Engordarás como un cerdito 'dijo mi padre, acariciándole el hombro.
'¿Adónde vas ahora? 'preguntó mamá.
'Al porche 'repuso papá.
'Bueno, que no te se olvide que tienes que ir a la ciudad a buscar hielo..., tú o Soames.
'Iré yo, abuela.
Soames nunca perdía ocasión de con ducir mi pequeño coche.
'Pero, cariño 'dijo Leonie', ¿quieres irte ahora a la ciudad?
¿Por qué no te quedas en casa como un buen chico y sigues trabajando en el tejado del granero? Mamá se sentiría muy orgullosa si terminaras tu tra bajo.
'Ya lo terminaré.
'Nunca dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Ya sabes
que mañana vamos a ir a cortar el árbol de las abejas.
'Ya lo sé.
'Y hay un montón de tablas que no has colocado to davía.
'También lo sé, mamá. Ya me encargaré de ellas.
'No lo harás, si te vas a la ciudad.
'Vamos, déjale ir 'interrumpió mi padre'. Hace mucho calor encima de ese tejado, ¿verdad, muchacho? Nos iremos los dos dentro de un rato.
'No volváis muy tarde 'dijo mamá'. Queremos hacer la crema antes de que se abran las damas de noche.*
'Llegaremos a tiempo.
'Bueno, que sea verdad. 'Se volvió hacia noso tras'. ¡Al menos se abrirán dos docenas esta noche! He contado los capullos esta mañana. ¡Nunca había vis to tantos! Bueno, niñas, ¿qué nos llevaremos para la ex cursión de mañana? Decidamos.
Lo discutimos mientras lavábamos los platos. Abajo, en el bosque, mi padre había encontrado un árbol hueco en el que las abejas habían instalado su colmena. Al día siguiente íbamos a hacerlas salir con humo, cortar el árbol y recoger la miel silvestre. También pensábamos nadar, pescar y preparar la comida junto al sombreado riachuelo. Papá y mamá habían planeado pasar todo el día en el campo, como ale gre colofón de nuestras dos semanas en casa.
Mientras debatíamos las respectivas excelencias de las patatas fritas y la ensalada de patatas, el te léfono de la pared del comedor sonó con dos toques cortos y uno largo.
'Es nuestro teléfono 'dijo mamá.
'¡Yo lo cojo! 'gritó papá. Un minuto después apareció en la puerta de la cocina'. Mamá, es Jake Latham. Él, Fanny, los Barrow y algunos otros van a ir a la granja de Corcoran mañana. Jake dice que la al falfa está ya seca y hay que amontonarla ya. Y cree que también conviene recoger los melocotones.
'¿Ah, sí? 'La sonrisa de mamá era ligeramente irónica'. Ya era hora de que hicieran algo por él. Ésta será la primera vez.
'Bueno, mejor tarde que nunca. Absit invidia.
'Supongo que quieren que vayamos a ayudarles.
'Sí, eso quieren.
'Les habrás dicho que no podemos...
'Les he dicho que ya vería.
Mamá le miró como si fuera tonto.
'Pero ¡si mañana vamos a cortar el árbol de las abejas!
'Ya lo sé, pero...
'¿No se lo has dicho?
'No...
'¿Por qué?
'Bueno 'replicó papá evasivo', no creo que un árbol lleno de
abejas le parezca a Jake una buena excusa.
'¡Bobadas! ¿A quién le importa lo que piense Jake?
'No deberíamos mostrarnos poco dispuestos a colaborar 'dijo papá.
'Me parece que son ellos los que colaboran poco. Nun ca han
hecho nada por él. Bueno, de todos modos, está muy bien que lo
hagan ahora. No me importaría ayudar, pero ¿no pueden esperar hasta el lunes?
'Se lo he preguntado a Jake y me ha dicho que no le iba bien.
'Pues mañana no nos va bien a nosotros. Tenemos otros planes.
'Ya lo sé 'dijo papá con expresión preocupada'. Odio ir mañana, pero no sé cómo negarme. Vosotros seguid adelante con la excursión; yo iré a la granja de Corcoran.
'Eso no sería justo 'replicó Jessica'. ¿Por qué no vamos todos? Tus chicas pueden ayudar.
'¡De ninguna manera! 'exclamó mamá'. No va a ir nadie.
¿Cómo vamos a dejar que nos estropeen el día? Son muchos para trabajar, y por una vez pueden pasar sin nosotros.
'Pensarán que somos unos egoístas 'pre vino papá.
'Que piensen lo que quieran. Es el precio que ten dremos que pagar.
'Muy bien. Si ésta es tu última palabra, no diré nada más.
Papá se puso el sombrero y se marchó con aire de noble resignación. Se sentía enormemente aliviado. Nosotras terminamos de lavar los platos y mamá se fue arriba a hacer la siesta. Soames se había puesto a trabajar. Leonie salió a decirle lo buen chico que era.
'Pobre Leonie 'dijo Jessica'. Parece como si quisiera obligarle a terminar ese tejado.
'Si no se calla 'observé', lo sacará de quicio y acabará dejándolo todo a medias.
'Sí 'repuso Jessica', y después el pobre chico se sentirá culpable.
'Y se enfadará con ella.
'Y ella pensará que no la quiere, pues de lo contra rio la habría complacido.
'Lo mismo que con las lecciones de canto 'dije.
Leonie había suplicado, regañado, insistido e inten tado todas las estratagemas maternales conocidas para convertir a Soames en cantante. No iba desencaminada, porque Soames poseía una bonita voz. Podría haber lle gado a ser muy bueno si se lo hubiese propuesto. Pero el canto no le interesaba, como tampoco muchas otras cosas, a excepción del vuelo.
'¡Pobrecillos! 'exclamó Jessica'. Me dan tanta pena los dos que casi no la puedo resistir.
'Bueno, procuremos que vuelva aquí y lo deje solo; si podemos, claro. Voy a tocar el piano. Eso la atraerá.
Nos dirigimos a la sala donde estaba el viejo piano y rescatamos unos números muy atrasados de la revista Étude. Me decidí por una composición llamada «La atracción de Cupido, una de las que más me gustaban de joven. Tardé un rato en colocar bien los dedos sobre el teclado, y la melodía fue perdiéndose entre los acordes. Leonie acudió en seguida con las manos sobre las orejas.
'¡Vamos! 'exclamó'. ¡Más garbo!
Despachó «La atracción de Cupido con dedos diestros y empezó
a tocar otras piezas, algunas canciones 'llenas de «¡Oye! y
de «¡Oh! y de pesares que llegaban cuando caía el manto de la
noche' que Jessica y yo interpretamos con el ánimo que requerían.
Nos lo estábamos pasando muy bien. Pero, en medio de la
juerga, un sabueso extraviado que había estado rondando nuestro
patio toda la semana empezó a ladrar. Salí a calmarlo.
'¡Pobrecito! 'dije'. Me gustaría saber dónde vives.





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