¡Qué suerte tenemos de saber que algunos escritores son unos indeseables! De
este modo, podemos invocar su pésima salud ética para condenar su literatura
cuando ésta no es favorable a nuestros intereses. La mejor coartada para un
lector, más o menos imbécil, es recurrir a la inmoralidad de la vida del escritor
para condenar su prosa. Cuando lo cierto es que hasta algunos terroristas
escriben como los ángeles que custodiaban el tintero de Baudelaire.
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