Neuroética

Cuando la materia se despierta

Neuroética

Evers, Kathinka

Editorial Katz
Colección Conocimiento, Número 0
Lugar de edición Suecia
Fecha de edición marzo 2011

Idioma español

EAN 9788492946211
208 páginas
Libro encuadernado en tapa blanda
Dimensiones 13 mm x 20 mm


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P.V.P.  16,00 €

Sin ejemplares (se puede encargar)

Resumen del libro

¿Por qué la evolución de las funciones cognitivas superiores produjo seres morales en lugar de seres amorales? ¿Qué significa para un animal "actuar como un agente moral"? ¿De dónde viene nuestra predisposición a producir juicios morales? Surgida del avance reciente de las neurociencias, la neuroética ha hecho suya la tarea de investigar las respuestas a preguntas de ese tipo. Porque el cerebro no es -como muestran las neurociencias- una especie de procesador que recibe datos del entorno y los elabora produciendo resultados de manera estrictamente determinista; es, antes bien, dinámico y variable, activo de manera consciente y no consciente, y su arquitectura está sujeta al impacto social, en especial debido al considerable peso de las improntas culturales almacenadas en él epigenéticamente. Esta nueva concepción del cerebro introduce modificaciones profundas en nociones fundamentales tales como las de conciencia, identidad, yo, integridad, responsabilidad personal y libertad. Interfaz entre las ciencias empíricas del cerebro, la filosofía del espíritu, la ética y las ciencias sociales, la neuroética se ocupa de los beneficios y los peligros potenciales de las investigaciones modernas sobre el cerebro y se interroga también acerca de la conciencia, el sentido de sí y los valores.
Kathinka Evers. Nacida en Suecia, estudió filosofía en la Universidad de Lund y allí se doctoró en 1991. Ha sido investigadora en Oxford y en el Departamento de Filosofía y Derechos Humanos de la Universidad de Essex y profesora invitada en la Universidad de Tasmania, en la Cátedra Condorcet de la Escuela Normal Superior en París y en el Collège de France. En 1994 y 1995 fue consultora filosófica de la Unesco en París y, entre 1997 y 2002, secretaria ejecutiva del Comité para la Responsabilidad y Ética en la Ciencia del Consejo Internacional de Asociaciones Científicas. Actualmente es investigadora principal en el Centro para la Investigación en Ética y Bioética de la Universidad de Uppsala. Es autora de varios libros, además de numerosos trabajos científicos.
FRAGMENTO. INTRODUCCIÓN
Poco a poco, el cerebro humano comienza a comprenderse a sí mismo. Es un hecho único en la historia, y apenas estamos en el comienzo de semejante proceso.
La libertad de estudiar la conciencia fue conquistada al término de luchas difíciles en la historia humana. En el curso de nuestro pasado intelectual, el espíritu humano resistió con terquedad las capacidades analíticas que distinguen al Homo sapiens del resto de los animales; y, tradicionalmente, el estudio sistemático de la conciencia fue descartado a la vez por el poder religioso, que lo consideraba "blasfematorio" (sobre todo en virtud del hecho de que amenazaba el dogma dualista de un alma inmortal que nos habría dado Dios), y por las escuelas de pensamiento científicas y no religiosas de los siglos XIX y XX, que rechazaban simplemente como "no científico" todo uso de términos mentales. La naturaleza de la conciencia, por lo tanto, ha sido principalmente un objeto de estudio para el pensamiento abstracto, tal como la filosofía, y fue desterrada del campo de la ciencia empírica hasta un momento avanzado del siglo xx. Antes, el animal que había desarrollado de manera tan impresionante su capacidad de comprender y manipular su entorno mediante la ciencia y la tecnología tenía una comprensión comparativamente menor de la arquitectura y el funcionamiento del órgano que le había permitido llevarlo a cabo: el cerebro consciente y pensante. En consecuencia, tampoco tenía más que un conocimiento muy rudimentario de sí mismo.
La ciencia del cerebro es una ciencia joven, que se desarrolló considerablemente en el curso de estas últimas décadas, lo que condujo a numerosos autores a evocar las primeras luces de una nueva revolución científica con consecuencias sociales de una gran amplitud. En efecto, es posible que los progresos neurocientíficos modernos lleguen a introducir modificaciones profundas en nociones fundamentales como las de conciencia, identidad, yo, integridad, responsabilidad personal y libertad, pero también, de manera significativa, en los modelos neurocientíficos del cerebro humano: tales progresos podrían conducir a alejarse de una modelización del cerebro como red artificial, como máquina de entradas y salidas, para representarlo como una materia despierta y dinámica. Cuando el estudio de la conciencia terminó por volverse científicamente "legítimo", ante todo se comparó el espíritu humano con un ordenador, y se lo consideró como un distribuidor automático que recibiría datos del entorno y los elaboraría para producir resultados de manera estrictamente determinista. Esta imagen ingenua según la cual el cerebro es una suerte de autómata rígido, exclusivamente constituido de engranajes neuronales cuya operación está totalmente determinada de antemano, tendía a no tener en cuenta los aspectos dinámicos del espíritu humano: su plasticidad, su variabilidad, su creatividad y su emotividad inherente.
Esta perspectiva limitada felizmente no ha prevalecido; por el contrario, dio paso a una nueva concepción del cerebro. En la segunda mitad del siglo XX, en efecto, se desarrollaron modelos del cerebro muy diferentes, que lo describen como dinámico y variable, activo de manera consciente y no consciente, y que recalcan y ponen de manifiesto la importancia del impacto social sobre su arquitectura, en particular a través del peso considerable de las huellas culturales que son allí epigenéticamente almacenadas.
Con la emergencia de dichos modelos, la conciencia se ha convertido en un objeto de estudio para las neurociencias de una manera mucho más realista de lo que lo había sido hasta entonces, y esto en virtud del hecho de que en adelante serían tenidas en cuenta las propiedades plásticas, creativas y emocionales del cerebro, así como sus características culturalmente inducidas. En consecuencia, y de una manera trascendente, las neurociencias adquirieron una pertinencia normativa, en el sentido de que se volvieron pertinentes para comprender la fuerte inclinación que tienen los humanos por construir sistemas normativos (por esencia emocionales): sistemas morales, sociales, legales, etc. ¿Por qué la evolución de las funciones cognitivas superiores produjo seres morales más que amorales? ¿Qué significa para un animal (humano o no) "actuar como un agente moral"? ¿De dónde viene nuestra predisposición natural (en gran parte neural) para producir juicios morales?
Los progresos neurocientíficos y los desafíos que encuentran inspiraron nuevas disciplinas, una de las cuales es la neuroética, que trata acerca de los beneficios y los peligros potenciales de las investigaciones modernas sobre el cerebro, e igualmente se interroga sobre la conciencia, sobre el sentido de sí y sobre los valores que el cerebro desarrolla. La neuroética está en la interfaz de las ciencias empíricas del cerebro, de la filosofía del espíritu, de la filosofía moral, de la ética y de las ciencias sociales, y puede ser considerada, en virtud de su carácter interdisciplinario, como una subdisciplina de las neurociencias, de la filosofía o de la bioética en particular, en función de la perspectiva que se desea privilegiar. Puede establecerse una distinción entre la neuroética aplicada, que se concentra en problemas prácticos como los problemas éticos suscitados por las técnicas de neuroimágenes, por la mejora cognitiva o la neurofarmacología, y la neuroética fundamental, que se interroga sobre la manera en que el conocimiento de la arquitectura funcional del cerebro y de su evolución puede profundizar nuestra comprensión de la identidad personal, de la conciencia y de la intencionalidad, lo que incluye el desarrollo del pensamiento moral y el juicio moral.
La pregunta inicial a la que la neuroética fundamental debe dar respuesta es la siguiente: ¿cómo las ciencias naturales pueden profundizar nuestra comprensión del pensamiento moral? Esta pregunta no es nueva, pero lo que sí es relativamente nuevo es la toma de conciencia de la amplitud con que los antiguos problemas filosóficos emergen en el seno de las neurociencias en rápida evolución, tales como el problema de saber si la especie humana posee en cuanto tal un libre albedrío, lo que significa tener una responsabilidad personal o ser un sí mismo, cuáles son las relaciones entre las emociones y la cognición, o entre las emociones y la memoria.
Este libro tiene como punto de partida una serie de cuatro conferencias dictadas en el Collège de France en París a lo largo del año 2006. Su objetivo es presentar una concepción dinámica del cerebro y del espíritu humanos que sea útil para comprender nuestra predisposición natural para establecer juicios morales así como otros tipos de juicios normativos, y que pueda constituir un punto de partida científicamente adecuado y filosóficamente fructífero para dar un marco teórico plausible a la neuroética. Mostraré que el conocimiento neurocientífico puede profundizar la comprensión que tenemos de "quiénes somos" y de la manera en que funcionamos en cuanto criaturas neurobiológicas y sociales. Puede ayudar a explicar los mecanismos del juicio normativo y la manera en que éste evolucionó; puede incrementar nuestra capacidad de desarrollar métodos para resolver los problemas sociales, para mejorar nuestra salud mental, física y social, perfeccionar nuestros sistemas educativos y ayudarnos a desarrollar nuestras sociedades en la dirección que nosotros escojamos. Por otro lado, también puede ser objeto de graves malos usos (civiles o militares), y la neuroética debe mantener un nivel de vigilancia elevado a este respecto. En virtud de su fuerte poder explicativo, podría considerarse que las neurociencias, en cuanto base teórica del razonamiento ético, son tan controvertidas como la genética, y quizá incluso más. La ciencia puede ser ideológicamente desviada -lo fue en muchas oportunidades- de manera tanto más peligrosa cuanto más poderosa es la disciplina en cuestión. Si los humanos aprendiéramos, digamos, a elaborar nuestro propio cerebro de una manera más sustancial de lo que ya lo hacemos cuando seleccionamos lo que consideramos una alimentación nutritiva para él y adoptamos estilos de vida sanos para nuestras neuronas, es posible que hagamos buen uso de este conocimiento; pero por otro lado, el sueño de un ser humano perfecto tiene un pasado sórdido, y por consiguiente tenemos numerosas razones para estar preocupados por tales proyectos. La conciencia histórica es de la más alta importancia para que la neuroética pueda evaluar de manera responsable y realista las aplicaciones sugeridas por las neurociencias.




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