Kozer confía en la poesía como materia perdurable, capaz de mantener
presente la tierra prometida, sobre todo en el inestable territorio de lo
excéntrico, donde la lengua y el cuerpo se convierten en el único país donde el
poeta ha echado raíz y construye con palabras -modestas y magníficas,
inusitadas y cotidianas- su legítima morada.
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