La Cruz y la Corona

Las dos hipotecas de la historia de España

La Cruz y la Corona

Puente Ojea, Gonzalo

Editorial Txalaparta Argitaletxea
Fecha de edición julio 2011

Idioma español

EAN 9788481366136
Libro


valoración
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P.V.P.  19,00 €

Sin ejemplares (se puede encargar)

Resumen del libro

La transición a la democracia operación antidemocrática dictada por un rey ilegítimo y el apoyo de la Iglesia ha culminado en un régimen oligárquico y corrupto, movido por castas políticas de unos partidos configurados como cúpulas de poder y por una opinión pública manipulada. Se trata de una nueva versión continuista de la ideología monárquica, caracterizada por un pacto de concordia y reparto entre los dos poderes universales, la Cruz y la Corona, y basado en la teología política cristiana. La misma que impidió la modernización del Estado al tiempo que las naciones europeas ilustradas abrían sus puertas a la exigencia de las libertades, de la ciencia, de la razón y de la crítica urgente de valores obsoletos. Esa que sigue gozando hoy aquí de exorbitantes privilegios.
Gonzalo Puente Ojea nos ofrece un ensayo contra la Monarquía y la Iglesia españolas, en el que cabe destacar el pequeño apartado dedicado a Euskal Herria, donde expone su punto de vista sobre el conflicto secular que vive nuestro país y su posible solución.
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a modo de prólogo didáctico para legos
1.1. Nace un modelo histórico de relación entre política y religión la perspectiva que inspira el conjunto de textos que se resumen en este volumen antológico toma como punto de partida el análisis doctrinal y sociológico de la ideología monárquica como categoría tipológica de la tradición histórica de Occidente en el ámbito de las relaciones entre el poder político y el poder religioso, o mejor, formulado con los símbolos específicos del orbe cristiano, en el ámbito de las relaciones entre la Cruz y la Corona. Esta categoría puede describirse, en su sentido genuino, como la coincidente voluntad de concordia, en términos generales y flexibles, entre dos elementos contrapuestos, a saber, el principio monárquico que fundamenta la soberanía imperial romana y el principio eclesiástico que fundamenta la soberanía universal, o bien la soberanía de los dioses del paganismo nacional de Roma. Mientras que el emperador Augusto instaura en el siglo i este compromiso ideológico entre politeísmo ortodoxo de los dioses de la ciudad y el monoteísmo institucional del emperador como divus , unos cuatrocientos años después, en el s. iv, el emperador Constantino el Grande redefine la nueva religión imperial en el marco de la fe cristiana de la Iglesia como religio licita , todavía al lado de otras formas conocidas de piedad.
La concordia entre ambos principios, que puede revestir una variada morfología, descansa en la idea de un reparto de competencias entre las dos potestades , por el cual se atribuye al gobierno del Imperio la competencia y jurisdicción en los asuntos temporales, y a la Iglesia el gobierno y jurisdicción en los asuntos espirituales. O bien, dicho de otra manera, al Imperio las cosas relativas a los cuerpos y a la Iglesia las cosas relativas a las almas.
Además de la ambigüedad semántica del léxico que maneja, por ambas partes, la ideología monárquica, la interpretación que una y otra parte han otorgado respectivamente a esa ideología es fuente de una tensión potencialmente conflictual que puede desembocar en frecuentes y graves desavenencias o enfrentamientos no solo externos sino también internos. En efecto, la soberanía universal que se ha arrogado la Iglesia católica, tácita o expresamente, entraña potencialmente la posibilidad de una ruptura inevitable de una concordia pactada (acuerdos o concordatos), pues ella se ha definido siempre como la delegada en la tierra de la soberanía unitaria y universal del único Dios, de tal modo que la dualidad funcional del ejercicio temporal del poder, en cuya virtud el Imperio manda y gobierna, es vista por la Iglesia como una concesión divina en razón de la humana fragilitas y para evitar que el sacerdocio se mezcle en las ambiciones del mundo. Pero sucede que el emperador no lo ve así, pues su poder le viene directamente de Dios, como han venido repitiendo los apologistas y los padres de la Iglesia desde la doctrina paulina del poder (Rom 13. 1-7). Esta causa de discordia era inherente, por las dos partes, al mito ontológico de la dualidad del universo en dos ámbitos, uno superior y divino (sobrenatural y espiritual) y el otro inferior y terrenal (natural y material): entre dos formas de signo contradictorio de la disposición divina no puede establecerse mediación alguna, en virtud de las reglas universales de la lógica. Esta arbitraria y falaz escisión del universo es un mito irracional que suprime la posibilidad de establecer relaciones o conexiones de esos dos mundos, toda vez que rompe el principio científico fundamental de isotropía del universo y el principio lógico también fundamental de la razón según el cual lo Absoluto e Incondicionado no puede establecer conexiones, lazos o comunicaciones con lo que es Relativo y Condicionado; es decir, queda condenado a un insalvable solipsimo ontológico y a una insuperable indefinición: un Pastor sin Ovejas, y unas Ovejas sin Pastor. Al final de este Prólogo volveremos sobre esta cuestión prioritaria. La ideología monárquica, una vez instaurada por Augusto en Roma, viajó indiscutida, aunque metamorfoseada, a Constantinopla con Constantino, a Bizancio con Justiniano, a Aquisgrán con Carlomagno, a Centroeuropa con el Imperio Sacro Romano Germánico, y luego a las Monarquías y Principados europeos, hasta que la Revolución Francesa conmovió sus cimientos, para reanudar su viaje, aunque malherida, hasta la legislación laicista de la Tercera República Francesa, y también algunas Repúblicas americanas que instauraron un principio monárquico electivo encarnado en un presidente elegido periódicamente por la ciudadanía y exento de concordatos con la Iglesia y con la ideología monárquica (deo servire, regnare est). Sin embargo, las magistraturas presidenciales republicanas con legitimidad democrática formal mantienen, en ciertos casos, lazos de amistad y cooperación con poderes e instituciones religiosas cristianos u otros , pactados o concedidos de facto, y por motivos de conservación de influencia; se acomodan a la ideología monárquica, al menos residualmente. Con carácter general, y como primera conclusión, puede afirmarse que lo que he llamado ideología monárquica persigue fines de estabilidad del poder , es decir, función en términos de utilidad y, como tal, al margen de la cuestiones de verdad o veracidad. Por consiguiente, es ahora necesario, antes de seguir adelante, hacer una reflexión sobre qué debe entenderse por poder y por ideología en las ciencias sociales.





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