Elogio del crimen

Elogio del crimen

Marx, Karl

Editorial Sequitur
Fecha de edición octubre 2010

Idioma español

EAN 9788495363824
80 páginas
Libro Dimensiones 11 mm x 17 mm


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Resumen del libro

Clasificar, como sostengo, el crimen entre los fenómenos sociológicos normales, no sólo significa que sea un fenómeno inevitable aunque lamentable sino que equivale a afirmar que constituye un factor de la salud pública, que es parte integrante de toda sociedad sana. Sin duda, esta frase no es de Marx. A esta frase le falta ironía e indignación.
FRAGMENTO: En La lucha de clases en Francia (1850), escribe Marx con letras de oro: "La hipoteca que el campesino
tiene sobre los bienes celestiales garantiza la hipoteca que tiene la burguesía sobre los bienes del campesino".
En esta breve frase, cuyo fulgor estilístico y conceptual salta a la vista (o "grita en el rostro", como dice el giro alemán que solía emplear Marx: ins Gesicht schreien) se resumen apretadísimamente todas las características de su estilo. La frase, arquitectónicamente hablando, es perfecta. Cumple, además, con lo que llamamos "dialéctica de la expresión", que no es otra cosa que la "expresión de la dialéctica". Hay allí una combinación muy frecuente en Marx: la ironía mezclada a la indignación. ¡Cuántos no han tratado de imitar el estilo de Marx copiando tan sólo la indignación y olvidándose de la ironía! Para poder imitar, con gracia estilística el estilo de Marx sería preciso recordar que toda la maquinaria de su indignación aparece constituida sobre la ruedecilla dentada de su ironía. El módulo conceptual de tal ironía viene dado siempre por aquella infinita capacidad que tenía Marx para mirar del revés, o por el reverso, todos los fenómenos sociales de los que los economistas, filósofos y políticos veían tan sólo la apariencia, el anverso. Y el módulo perceptual o estilístico de trasmitir esa "astucia de la razón" viene a su vez dado por una no menos infinita capacidad para construir frases y períodos en cuya fase ascendente se presenta irónicamente lo que pudiéramos llamar el anverso o apariencia de las cosas ("la hipoteca que el campesino tiene sobre los bienes celestiales"), y en cuya fase descendente aparece el reverso o la estructura real oculta tras los fenómenos ("garantiza la hipoteca que tiene la burguesía sobre los bienes del campesino"). Estos módulos estilísticos no son en modo alguno casualidades, ocurrencias ingeniosas o simples ornamentos con que un científico ilustra su prosa a fin de hacerla más accesible, sino que, por el contrario, constituyen un todo armónico con el sistema conceptual que, en tanto módulos verbales, trasmiten. Así por ejemplo, el rasgo que acabamos de advertir es la fórmula estilística que da expresión acabada a un problema central en el pensamiento de Marx. Esa ironía que nos describe primero las apariencias felices de las
relaciones sociales para luego denunciar su estructura real y miserable; esa inmensa requisitoria contra la economía clásica y vulgar, a la que acusa de limitarse a describir las funciones aparentes del capital y, por tanto, a ocultar su relación antagónica con el trabajo; todo ello no es sino la aplicación concreta y especial de la concepción general que Marx tenía de la historia. Si Marx era un materialista ello se debía a que siempre se empeñaba en descubrir, por detrás o por debajo de las apariencias ideológicas (Estado, derecho, religión, moral, metafísica) con que nos suelen presentar los hechos históricos, su estructura material. De ahí que sus ironías estilísticas tengan siempre una función clave: la función de denuncia, de alumbramiento de la realidad. "Para el ideólogo, todo el desarrollo histórico se reduce a las abstracciones del desarrollo histórico", nos dice en La ideología alemana. Es decir, que la ironía que funciona constantemente en Marx no es un detalle cualquiera, sino una pieza clave para entender su concepción de la historia. A menudo se piensa que Marx era irónico y burlón tan sólo porque ello era una característica psicológica suya. Sin duda lo era, a juzgar por los testimonios de Mehring y otros, para no mencionar su correspondencia, que en su campo tiene tanto valor como la correspondencia de Flaubert en el suyo. Marx era temible y agresivo. Sin embargo, se cometería un grueso error de óptica al pensar que todo se quedaba en un mero rasgo psicológico y "temperamental". Se trataba también de temperatura teórica; la ironía, la burla y, en general, la crítica (¿cuántas obras de Marx no comienzan por la palabra "crítica"?) formaban parte constituyente de la teoría general de la sociedad y de la historia. Las sociedades se presentan a lo largo de la historia como "resultados" jurídico-políticos, y el ideólogo, como buen avestruz intelectual después de tragarse de un bocado todas las causas reales y materiales de los hechos, se limita a consignar superficialmente que las sociedades son lo que son sus "resultados", con lo cual se eleva esos resultados a la categoría de fundamentos, y los efectos aparecen como causas, y la ideología aparece como el motor real de la historia. Engels decía que lo característico de la ideología, en el sentido estricto del término, es ocuparse con pensamientos, sistemas o mundos conceptuales (Gedankenwelt ) como, si se tratara de mundos independientes, de objetos, de "esencialidades" autónomas (selbständigen Wesenheiten ); y añadía que ello trae como consecuencia el perder de vista la realidad. El aporte de Engels a la teoría de la ideología fue tan grande como el de Marx. Pero éste, sin embargo, es quien nos brinda el mejor material que pudiéramos llamar "empírico" para el estudio del concepto de ideología en sus manifestaciones específicas. El libro III de El capital, por ejemplo, está sembrado de observaciones relativas al contraste polar: Apariencia/Estructura, esto es, relativas a aquellas apariencias sociales (Estado, régimen jurídico, etc.) que deslumbran a los economistas y les hacen olvidar los verdaderos cimientos sobre los que descansan todas esas apariencias. La economía política es fantasmal: no ve sino los espectros, las apariciones fantasmáticas, las fantasías, los fetiches con que se reviste la sociedad y que constituyen, estrictamente hablando, su ideología. No ve sino lo que se puede ver a simple vista, que es más o menos lo mismo que vería un bacteriólogo si se limitase a estudiar las bacterias sin la ayuda del microscopio. En el campo de la ciencia social el problema no es manejar un microscopio, sino manejar la abstracción. Tan consciente estaba de esto Marx que fue lo primero que hizo notar en el Prólogo a la primera edición de El capital : "He procurado exponer con la mayor claridad posible lo que se refiere al análisis de la sustancia y magnitud del valor. La forma del valor, que cobra cuerpo definitivo en la forma dinero, no puede ser más sencilla y llana. Y sin embargo, el espíritu del hombre se ha pasado más de dos mil años forcejeando en vano por explicársela, a pesar de haber conseguido, por lo menos de un modo aproximado, analizar formas mucho más complicadas y preñadas de contenido. ¿Por qué? Porque es más fácil estudiar el organismo desarrollado que la simple célula. En el análisis de las formas económicas de nada sirven, el microscopio ni los reactivos químicos. El único medio de que disponemos, en este terreno, es la capacidad de abstracción. La forma de mercancía que adopta el producto del trabajo o la forma de valor que reviste la mercancía es la célula económica de la sociedad burguesa". El ideólogo considera la sociedad y ve en ella un "organismo desarrollado": ve un Estado, ve un régimen jurídico, ve un régimen de propiedad privada consagrado en leyes y eternizado, ve "leyes de bronce", ve un derecho "igualitario" burgués, etc.; pero no de, detrás del Estado, el poder económico; detrás del régimen jurídico, los intereses económicos; detrás de las leyes de la propiedad privada, la expropiación de unos por otros; detrás de las "leyes de bronce", el bronce del yugo económico; detrás del derecho igualitario no ve la profunda desigualdad social. En consecuencia, hay que hacer la crítica radical de la ideología. Pero esta crítica, en Marx, se acompaña estilísticamente de ironía. Ninguna crítica es tan demoledora como aquella que pasa de la ironía a la denuncia y de la denuncia a la ironía. Este rasgo adquiere en la obra de Marx, muy especialmente en sus obras terminadas e impresas en vida de su autor, una infinidad de matices. Va, así, desde la ironización de detalles hasta la ironización del sistema capitalista en su conjunto, pasando por la burla feroz contra los apologistas del sistema. Ejemplo de la ironización de detalles es el fragmento de la Crítica de la economía política: "Un tomo de Propercio y ocho onzas de rapé pueden aspirar al mismo valor de cambio a pesar de la disparidad de los valores de uso del tabaco y de la elegía". ¿Por qué ir a buscar precisamente al elegiaco Propercio para compararlo con ocho onzas de rapé? La razón de esto es genuinamente estilística. ¿Cómo caracterizar con una sola frase todo un sistema económico basado en el valor de cambio, en la forma de "valor" de la forma "mercancía"; un sistema donde el valor de uso de las cosas y los bienes pasa a un segundo plano? La mejor manera parece ser destacar irónicamente cómo el valor de cambio tiene un poder igualador tan avasallante que cualquier cosa, por más excelsa e ilustre que pueda ser, se reduce al mismo valor que posee cualquier otra cosa, por más pedestre que sea, con tal de que sus magnitudes sean equivalentes. Es decir: un sistema económico basado en la categoría de cantidad, que posee un poder omnímodo sobre la cualidad de las cosas e incluso de las personas. Pues las ocho onzas de rapé no sólo admiten la comparación con el tomo de Propercio; lo grave es que también pueden equipararse a la fuerza de trabajo humana, pues uno de los mayores descubrimientos económicos de Marx consiste en haber visto cómo, en el capitalismo, la fuerza de trabajo posee un valor de uso específico capaz de soportar un valor de cambio, es decir: la fuerza de trabajo es una mercancía, se vende en el mercado de trabajo por un salario y posee la característica que más fascina al dueño del capital, a saber, es una mercancía capaz de producir otras mercancías, una máquina a la que, en vez de combustible y carbón, se la alimenta con un salario, el estrictamente necesario para su manutención como fuerza de trabajo. Que esta mercancía piense, sufra, ría, llore y ame, son añadiduras sin demasiada importancia. El sistema capitalista, como decía Marx en El capital, tiene colgado en sus puertas de oro un letrero que dice: No admittance except on business. Hay en el primer Libro de El capital un capítulo dedicado al tema de la división del trabajo (cap. XII), donde Marx lleva hasta sus últimas consecuencias estilísticas el fenómeno de que venimos hablando. Hablar de la división del trabajo es, para Marx, hablar del factor primordial, diacrónica y sincrónicamente hablando, de la alienación. En el tiempo, la división del trabajo, que comenzó -como nos dice La ideología alemana- por ser división entre el trabajo físico e intelectual y logró la constitución de un sector social administrativo-religioso dominante, aparece como el más lejano y radical factor de la alienación del hombre. Sólo posteriormente hacen su aparición los otros dos factores determinantes de la alienación: la propiedad privada y la producción mercantil, que junto con la división del trabajo constituyen, hoy más que nunca, el cuadro de variables que nos explican la alienación como fenómeno histórico y, por tanto, superable mediante la superación de los factores materiales en cuestión. Y si bien en el orden temporal aparecieron estos factores unos antes que otros, una visión sincrónica de la sociedad actual capitalista tiene que considerarlos como un enrejado de variables en mutua interdependencia; y en esta visión analítica, lo que fue temporalmente "causa" puede aparecer como "efecto": siendo la propiedad privada, por ejemplo, una causa histórica de la alienación, puede, en sus formas concretas actuales, ser derivada por análisis (durch Analyse, dice Marx específicamente) de la alienación, y aparece así como un "efecto" de ésta. Así se resuelve, dicho sea al pasar, la aparente contradicción que algunos han hallado en los Manuscritos de 1844, en un pasaje donde la propiedad privada se presenta como un "efecto", y no como una "causa", de la alienación. Nadie hasta ahora ha notado que Marx habla muy concretamente de la posibilidad de derivar la propiedad privada a partir de la alienación pero sólo durch Analyse. Y es que una cosa es la prioridad lógica del concepto de alienación con respecto al de propiedad privada, y otra muy distinta la prioridad real, histórica, de la propiedad privada respecto a la alienación (en la forma como conocemos a ésta actualmente, después de 7.000 años de historia; pues si nos remontamos a la forma más primitiva de alienación, la causada por la división del trabajo cuando aún la propiedad era comunal y colectiva, entonces sí podemos concebir la aparición de la propiedad privada como un "efecto" histórico de esa alienación que previamente había aparecido con la división del trabajo). Pues bien, volviendo a nuestro asunto, en el pasaje aludido de El capital, que versa sobre la división del trabajo, hay la descripción estilísticamente más brillante de Marx sobre la alienación en el taller mismo de la producción o, como él gustaba decir, "en el taller oculto de la producción". Leamos un fragmento de los más característicos: "En la manufactura, lo mismo que en la cooperación simple, la individualidad física del obrero en funciones es una forma de existencia del capital. El mecanismo social de producción, integrado por muchos obreros individuales parcelados, pertenece al capitalista. Por eso la fuerza productiva que brota de la combinación de los trabajos se presenta como virtud productiva del capital. La verdadera manufactura no sólo somete a obreros antes independientes al mando y a la disciplina del capital sino que, además, crea una jerarquía entre los propios obreros. Mientras que la cooperación simple deja intacto, en general, el modo de trabajar de cada obrero, la manufactura lo revoluciona desde los cimientos hasta el remate y muerde en la raíz de la fuerza de trabajo individual. Convierte al obrero en un monstruo, fomentando artificialmente una de sus habilidades parciales, a costa de aplastar todo un mundo de fecundos estímulos y capacidades, al modo como en las estancias argentinas se sacrifica un animal entero para quitarle la pelleja o sacarle el sebo. Además de distribuir los diversos trabajos parciales entre diversos individuos, se secciona al individuo mismo, se le convierte en un aparato automático adscrito a un trabajo parcial, dando así realidad a aquella desazonadora fábula de Menenio Agrippa, en la que vemos a un hombre convertido en simple fragmento de su propio cuerpo. ... El pueblo elegido llevaba escrito en la frente que era propiedad de Jehová; la división del trabajo estampa en la frente del obrero manufacturero la marca de su propietario: el capital". No es cosa muy frecuente encontrar en la literatura científica pasajes donde se revelen al mismo tiempo tanta precisión científica y tanta precisión literaria. El fragmento citado es modélico en una ciencia que, como la de Marx, se entendía a sí misma como una denuncia. La objetividad empírica no es, para esta ciencia, un obstáculo para el juicio ético-político. Por eso esta ciencia irrita profundamente a todos los científicos que están al servicio del capital, que tratan en vano de calificar El capital de obra "ideológica", ¡cuando El capital es precisamente la mayor de las críticas que se hayan hecho de la ideología! Ciencia ideológica es, por el contrario, la ciencia puesta al servicio del capital y sumisa a sus dictados y necesidades. Precisamente a continuación del pasaje antes citado, Marx lo dice con ejemplar claridad: "este proceso de disociación comienza con la cooperación simple, donde el capitalista representa frente a los obreros individuales la unidad y la voluntad del cuerpo social del trabajo. El proceso sigue avanzando en la manufactura, que mutila al obrero, al convertirlo en obrero parcial. Y se remata en la gran industria, donde la ciencia es separada del trabajo como potencia independiente de producción y aherrojada al servicio del capital". Y lo que se dice de la ciencia, se dice de la cultura toda. Marx cita allí mismo una frase muy significativa de W. Thompson: "Entre el hombre de cultura y el obrero productor se interpone un abismo y la ciencia, que, puesta en manos del obrero, serviría para intensificar sus propias fuerzas productivas, se coloca casi siempre enfrente de él La cultura se convierte en un instrumento susceptible de vivir separado del trabajo y enfrentado con él". ¿Y por qué ocurre esta suerte de hipóstasis o alienación de la ciencia y la cultura con respecto a los productores? Marx deja entrever -y es una lástima que no profundizara más en este punto- la verdadera razón de esté fenómeno, cuando escribe: "La expansión del mercado mundial y el sistema colonial, que figuran entre las condiciones generales del sistema, suministran al período manufacturero material abundante para el régimen de división del trabajo dentro de la sociedad. No vamos a investigar aquí en detalle cómo este régimen se adueña no sólo de la órbita económica, sino de todas las demás esferas de la sociedad, echando en todas partes los cimientos para ese desarrollo de las especialidades y los especialistas, para esa parcelación del hombre que hacía exclamar ya a Ferguson, el maestro de A. Smith: 'Estamos creando una nación de ilotas; no existe entre nosotros un solo hombre libre' ". He allí la razón profunda de la alienación generalizada que, en todas las esferas sociales, afecta al sistema capitalista del siglo XX, a cien años de haberse escrito El capital. Pensemos qué no diría Marx sobre la parcelación del hombre en el mundo de las grandes corporaciones del capitalismo monopolista, donde la división del trabajo ha llegado a un extremo alucinante. No haría sino comprobar la crasa verdad que había en su predicción científica. Pues Marx era un científico predictivo, y no ese "profeta" en que se lo ha querido convertir religiosamente. Ahora bien, la mejor demostración que pudo Marx dejarnos de cómo la superación de la división del trabajo en su forma actual es el comienzo de la superación de la alienación, fue su propia obra. No se hallan trazas en esta obra de "división del trabajo"; proteicamente, Marx emprendió toda clase de estudios e incorporó a sus investigaciones toda clase de materiales antiguos y modernos; fundió disciplinas separadas en el enorme río de una Ciencia Social comprehensiva, que es en sí misma y por su propio talante la mayor acusación posible contra la enajenación de las "especialidades"; denunció a la economía política como una alienación ideológica que separa los hechos económicos del resto de los hechos sociales; además, acompañó sus teorías de una lucha política práctica, sufriendo destierros, hambre y miseria, muerte de sus hijos, y al mismo tiempo sentando las bases del internacionalismo proletario. Y dentro de todo este panorama genialmente armónico, Marx procuró siempre dotar a sus obras de una fuerza literaría fulgurante, pues además de sociólogo, economista, historiador, lingüista, etc., era también un gran escritor, inserto dentro de la mejor tradición literaria neolatina. En su espléndida obra Literatura europea y Edad Media latina, el romanista Ernst Robert Curtius realizó un agudo recuento de las principales formas metafóricas que pueden considerarse como genuinamente neolatinas: la metáfora del Theatrum mundi, las metáforas náuticas, las metáforas del cuerpo, las metáforas de persona, etc. Todas estas metáforas las encontramos sembradas en la obra de Marx, a veces bajo la forma de alusiones clásicas, a veces mediante la creación de nuevas metáforas basadas en viejos esquemas de la retórica grecolatina y medieval. Pero la mejor de todas las metáforas descubiertas por Marx es gigantesca: es la sociedad capitalista en su conjunto. "Metáfora", vocablo griego, significa translatio o traslado de un sentido a otro. En la sociedad capitalista se da un extraño y omnímodo traslado del sentido real de la vida humana hacia un sentido distorsionado. La metáfora capitalista es la alienación. Alienatio significaba, en la Edad Media, "transferencia" o traslado de un sentido a otro: del sentido propio de una palabra a un sentido que le es impropio. Esta "impropiedad" puede resultar positiva y hermosa, como cuando hacemos metáforas literarias y hablamos, por ejemplo, del "sol de las ideas" platónico o de los "ojos del alma"; pero también puede resultar negativa, cuando ponemos una palabra a significar algo que realmente no significa e inducimos con ello a una confusión o anfibología. Lo mismo ocurre con la alienatio capitalista, que no es sino una metáfora monstruosa. En la sociedad capitalista, el sentido del valor de uso, el sentido de la cualidad, se ve expropiado de sí mismo y sustituido por el sentido del valor de cambio, de la cantidad ; con razón Marx traducía la palabra inglesa expropiation como Entäusserung, que es el vocablo que solemos traducir por alienación. En esta sociedad se piensa que es la ideología la que sostiene el edificio social, en vez de advertirse que la ideología descansa sobre unos cimientos constituidos por la estructura socioeconómica de la sociedad. En esta sociedad la división del trabajo es la división del trabajador; la propiedad privada se alimenta de la expropiación pública; la producción del mercado no se destina a satisfacer las necesidades humanas, sino las necesidades del mercado, en aberrante tautología social; la cultura y la ciencia no se destinan al desarrollo humano, sino a la parcelación del hombre, cuando no a la guerra; el desarrollo prodigioso de las fuerzas productivas genera sin tregua una riqueza inmensa que, sin embargo, cae bajo el régimen de apropiación privada; y, en fin, al hombre concreto ha sucedido el hombre abstracto, que es en la teoría de Marx el productor social de la riqueza. ¿No es toda esta transferencia de sentidos una gigantesca metáfora, una metáfora viviente? ¿No es la alienación del hombre una espectral metáfora que nos hace vivir en un mundo invertido, donde "toda cosa está preñada de su contrario", como decía Marx? De ahí que la máxima realización estilística de aquel hombre excepcional haya sido el presentar el mundo capitalista puesto sobre sus pies, para lo cual había primero que descubrir su carácter metafórico, su estructura enajenada.
* Epílogo sobre la ironía y la alienación , publicado en Ludovico Silva, El estilo literario de Marx,

Biografía del autor

(Tréveris, Prusia, 1818 - Londres, 1883) es considerado el autor clásico más influyente en ciencias sociales. Trabajó como periodista en su juventud y participó en la fundación de la Liga de los Comunistas desde donde publicó, junto con Engels, el x{0026}lt;i Manifiesto del partido comunistax{0026}lt;/i en 1848. A comienzos de la década de 1850 se instaló en Londres y profundizó en las investigaciones que llevarían a la publicación de x{0026}lt;i El capitalx{0026}lt;/i en 1867. En 1864 contribuyó en la organización de la Asociación Internacional de los Trabajadores (Primera Internacional) hasta la derrota de la Comuna de París en 1871.






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