Editorial Tusquets
Colección Fábula, Número 0
Fecha de edición noviembre 2010 · Edición nº 1
Idioma español
EAN 9788483832790
272 páginas
Libro
encuadernado en tapa blanda
Cioran, uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo, abandonó a sus amigos y lectores el año pasado después de una larga enfermedad. Como homenaje, su editor de toda la vida, Gallimard, publicó poco después este extraordinario volumen de conversaciones con Cioran -entre las cuales, una muy extensa que sostuvo con Fernando Savater- que sorprendió a más de uno, ya que Cioran se había mostrado siempre reacio, incluso contrario, a las entrevistas.
El caso es que lo que habría podido ser una recopilación reiterativa y algo aburrida, como suele ocurrir con este tipo de publicaciones, resultó ser no sólo un complemento ya indispensable a su obra, sino casi un libro escrito por el propio Cioran.
Sus seguidores y los especialistas se interesarán particularmente por las precisiones que ese hombre sin biografía , como él mismo se autodefinía, aporta justamente sobre su vida: por ejemplo, su infancia paradisiaca en Rasinari, su pueblo natal en Transilvania, donde el padre era pope, y el auténtico desgarro que supuso para él ir a estudiar a Sibiu-Hermannstadt, o los años de universidad en la agitada Bucarest de los años veinte y treinta. Cioran cuenta también cómo, en 1947, a los 36 años, mientras traducía a Mallarmé al rumano, decidió elegir el francés como lengua de adopción y la emancipación y liberación que supuso para él esta decisión. El lector se entera igualmente de sus escasas, pero fieles amistades, de sus experiencias del tedio y del insomnio, de sus impresiones, entre otras, sobre la gastronomía y la política, de sus referencias literarias y sus postulados filosóficos, en particular de cómo y por qué eligió para expresarse el aforismo: contra el sistema , según el cual, dice, el único en hablar es el controlador, el "jefe" que está en nosotros, afirma que, por el contrario, el pensamiento fragmentario permanece libre . Sobre su supuesto misticismo confiesa que, si en efecto le fascinó la vida de los santos, su escepticismo siempre le impidió
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