Aventuras de un cadáver es una novela de acción en la que Stevenson utiliza sus grandes dotes de narrador de aventuras en un tema detectivesco que maneja con los habituales efectos de claridad y suspense. Hablamos de tema detectivesco porque no llega a ser una novela policiaca, ya que carece de elementos tan básicos como un crimen y un detective, pero no deja de tener un cadáver yendo de un lado para otro y un decisivo móvil económico conectado con la muerte que constituye la base de la obra.
Las constantes alusiones irónicas a métodos policiacos, a policías famosos, a detectives imaginarios como Robert Skill, nos harían pensar en una sátira de ese género de novela, pero resulta que el autor trata con la misma socarronería los demás aspectos económicos, sociales y políticos, incluyendo al propio Gladstone, quien, por cierto, no era político de su devoción, pero cuentan que se quedó una noche en vela para terminar de leer La isla del tesoro. Esta sorna general, ligera y sin consecuencias, convierte a la novela en una divertida farsa. En realidad ésa debió de ser la intención de Stevenson, la de escribir un relato entretenido con el que introducir a su hijastro Lloyd Osbourne en el arte de la narrativa, tal como dice en el prólogo. En este sentido es una de las últimas obras juveniles, como ha indicado la crítica académica, antes de entrar en la truncada madurez de Weir of Hermiston.
(Edimburgo, Escocia, 1850 - Samoa, 1894) es uno de los escritores que más ha influido en la literatura del siglo XX. Aunque estudió leyes y ejerció como abogado, acabó dedicándose exclusivamente a la literatura, gracias al éxito de obras como "La isla del tesoro" (1883) y "El extraño caso del Dr. Jekyll y el Sr. Hyde" (1886). En 1880 se casó con Fanny Osbourne, una norteamericana diez años mayor que él, y se trasladó a vivir a Estados Unidos, en donde Stevenson conoció y se hizo amigo de Mark Twain. Enfermo de tuberculosis, en 1888 emprendió junto a su mujer un viaje por el Pacífico Sur y acabó instalándose a vivir en Samoa, donde los aborígenes le bautizaron como Tusitala ( el contador de historias ).
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